Tal vez
José Enrique Bernabeu Pérez nos envía un nuevo artículo de opinión:
Tras la pretendida imposición del lenguaje inclusivo que nos deja perlas como “miembros y miembras”, “portavoces y portavozas”. Hoy nuestro Gobierno, tras incorporar a ese mismo lenguaje la palabra desescalada, nos brinda otra joya, “ nueva normalidad”. Y lo hace sin precisar cual es su significado. Con lo que deja que sea el ciudadano quien opte por su interpretación.
Tal vez piense ese ciudadano que la nueva normalidad, de la que tanto alardea nuestro Gobierno pero que no explica, consista en que en adelante, ese mismo ciudadano habrá de ver con naturalidad que España pueda ser presidida por un trilero, felón y mentiroso personaje, carente del más mínimo escrúpulo y para quien no existan lineas rojas que la decencia personal y política le impidan traspasar.
Que Tal vez en adelante, la normalidad consista en que pueda ser calificado como estado de alarma lo que a todas luces supone un estado de excepción. En confinar al ciudadano, cerrar el Parlamento y mediante el abuso del decreto, gobernar sin control alguno. Una falta de control que permita al Gobierno meter de soslayo y sin el más mínimo consenso, nuevas leyes o derogar otras que no se avengan con su ideología. Que permita, por encima del funcionariado de carrera, aumentar el número de secretarios, directores generales y asesores para dar cabida y con cargo al erario público, a amigos y adictos a la causa.
Que tal vez la nueva normalidad consista en que, mientras el ciudadano se ve abocado a un ERTE o a un despido en el peor de los casos, los miembros del Gobierno, Parlamento y Senado renuncien a esa figura. Lo que en su caso estaría más que justificado dado el excesivo número y la incapacidad que suelen mostrar sus componentes. Políticos todos que se aferran a sus ingresos, mientras el ciudadano vive angustiosamente su penuria a la espera de un anunciado y prometido dinero por su regulación. Políticos cuya subsistencia, en su mayoría, se vería cuestionada en toda empresa privada dada su impericia e incapacidad.
Que tal vez esa nueva normalidad consista en multar al portador de la bandera nacional mientras se permite la exhibición de todo tipo de banderas inconstitucionales. O en impedir manifestaciones críticas con el Gobierno mientras se permiten las convocadas por filoetarras o separatistas. O en impedir dar el último adiós a los seres queridos mientras se permiten concentraciones de duelo cuando el político es el fallecido.
Que tal vez la nueva normalidad sea el que ante una crisis económica resulte apropiado que un Gobierno, con el argumento de una presunta esclavitud, envíe inspectores a un campo que lucha por su subsistencia y que de forma ejemplar, con su trabajo, abastece al conjunto de ciudadanos en tiempos de extrema dificultad. O que desde ese mismo Gobierno se califique al turismo, que representa la mayor aportación al PIB con un casi 15%, como precario, estacional y con poco valor añadido. O que marginados los empresarios de toda decisión, se actúe de forma contraria a los intereses del sector. O que se amenace con nuevos impuestos a grandes empresarios que al tiempo de crear riqueza aportan dinero de su bolsillo para paliar las dificultades de sus conciudadanos.
Que tal vez esa normalidad se base en que un Gobierno pueda jactarse no de crear empleo, si no de tener cinco millones de personas subvencionadas con algún tipo de ayuda. O en tener alrededor de un millón de trabajadores sumidos en un ERTE con más de dos meses sin percibir cantidad alguna. O en permitir al okupa empadronarse en la vivienda ocupada para así, optar a una ayuda económica que le será concedida antes de que el dueño de esa vivienda recupere en los tribunales su propiedad.
Que tal vez la nueva normalidad estribe en ver como sus señorías convierten el Parlamento en un lugar donde la zafiedad, la mentira, la falta de explicaciones, el y tú más, el insulto y hasta la amenaza, figuren en el orden del día de cada sesión. O en ver como un Vicepresidente del Gobierno de España se permite amenazar, cual matón de taberna, a periodistas, opositores y hasta jueces y fiscales. O como ese mismo vicepresidente, importador del escrache al que definió como jarabe democrático, tenga a bien condenarlo al convertirse en “tomante”, y pida amparo a la Benemérita tras acusarla de defender a los ricos y no al pueblo.
Que tal vez la nueva normalidad signifique que el ciudadano ha de ver como natural que el Gobierno de España pueda pactar con quienes tanta sangre derramaron y tanto dolor causaron. O que a quienes odian a España y lo que representa, se les convierta, por espurios intereses, en hombres de paz y soporte de un Gobierno zaino. O que se propicie la desigualdad entre territorios y ciudadanos, el cainismo de tan infausto recuerdo y las dos Españas.
Que tal vez la nueva normalidad se explique en la destrucción de todo lo establecido tal y como lo conocemos. De todo lo que nos une. Una destrucción a la que siga el alumbramiento de un nuevo sistema donde la subvención al incondicional, el poder y control del Estado se conviertan en el maná de un nuevo y adocenado ciudadano.