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COMERCIO DE SAN VICENTE

El Campello LOCAL

La realidad y lo deseable

Ángel Sánchez

Opinión

Como dijo Rafael del Águila, la política moderna siempre ha estado en crisis porque, si bien es cierto que la política ya no es lo que era, eso se debe primordialmente a que nunca fue lo que era (Del Águila 2000:1). Las expectativas que una parte de la ciudadanía ha tenido o tiene en la democracia representativa se han frustrado. La desilusión o la desafección (como si en algún momento hubiera existido afección) por la política es mal caldo de cultivo para la democracia (que como dicen que dijo Churchill, «la democracia es según dicen la peor forma de gobierno si se exceptúan las demás que se han ensayado.»).

Lo deseable depende de múltiples factores personales, sociales, culturales, económicos, etc., pero la realidad es la que es, y sólo desde el posibilismo, o el pragmatismo (como se quiera), teniendo en cuenta la realidad para, a través de su análisis y evaluando sus circunstancias, intentar mejorar las cosas. Evidentemente, la combinación de la realidad con lo deseable, es factible (e incluso, pese a la redundancia, deseable) pero siempre teniendo en cuenta esos dos planos. Y dicho lo cual, nos “metemos en harina”.

Que una parte de la ciudadanía está bastante “cabreada” con la administración municipal es, creo, una realidad y no el deseo de una parte.  Y a raíz de esto, algunas personas expresan (con gran vehemencia) la necesidad de un cambio. Pero esos deseos no se concretan más que a través de especulaciones normativas: esto debería ser así o de la otra manera. Aunque la cuestión fundamental ,en mi opinión, creo que es concretar qué cambios necesita nuestra democracia municipal para propiciar un giro en la gestión de los asuntos de interés general para así poder seleccionar a quien o quienes deben o pueden llevarlos a cabo. Y para esto,  las elecciones son el instrumento real (que, por otro lado ya se atisban en el horizonte).

Evidentemente la democracia municipal no es sólo electoral, aunque para algunos parezca suficiente. Lo deseable para que nuestra democracia municipal (en su sentido más amplio) salga de la UVI, es fortalecer la legitimidad de los cargos electos y del gobierno a través de lo que Pierre Rosanvallón (2010) denomina la legitimidad de proximidad (cercanía de las propuestas al entorno y las circunstancias, con participación de afectados o interesados). Y en un segundo lugar, pero no menos importante, el compromiso de reorganización de los recursos burocráticos municipales para adaptarlos a las nuevas realidades sociales, económicas y tecnológicas. O lo que es lo mismo: desde un análisis de la realidad, propiciar los cambios necesarios (deseables) para que sea eficaz.

Y en éste punto también hay debate: ¿están preparados nuestros políticos?. Algunos apuntan a la necesidad de que los políticos deben estar en posesión del “saber”, pero personalmente discrepo. Para ese “saber” la estructura municipal tiene los recursos necesarios o la capacidad de dotarse de ellos. En todo caso, los representantes políticos con responsabilidad de gobierno tiene que tener claros sus objetivos y, en mi modesta opinión, el contexto plural de nuestra realidad política y social local.

La política municipal (y en general el sistema democrático) es como una cebolla, como una matrioshka compuesta por diferentes capas. Quizá podamos diferir en el orden, pero seguramente no en su composición. En primer lugar yo colocaría la democracia electoral; el sistema electoral. En segundo, los partidos y candidaturas; en tercero, los representantes electos; en tercer lugar (pero quizá uno de los más importantes, por lo que significa en eficiencia y eficacia para resolver políticamente los problemas colectivos) la organización burocrática (la sala de máquinas) ,y en cuarto (aunque quizá debería ir junto al de los partidos y candidaturas, como complemento de “cercanía”) a los movimientos y colectivos ciudadanos de todos tipo, principalmente los vecinales. Cada uno de los niveles es importante y complementario para ser verdaderamente útiles a la ciudadanía, cuestión que creo que es lo verdaderamente sustancial y lo que puede ayudar a propiciar (o no) un avance en la recuperación progresiva de la confianza e incluso complicidad de la ciudadanía con su institución municipal.

La realidad es que el sistema electoral (nivel uno de la cebolla) es el que es, y sobre éste poco se puede influir. Pero en el siguiente nivel (partidos y candidaturas) sí creo que tenemos todos y todas una cierta responsabilidad (en función de diferentes y variables factores). No sólo en cuanto a dar o no el voto, sino en participar, de una forma crítica y no instrumental en su vida orgánica: los dirigentes políticos lo son porque una (pequeña) parte de la ciudadanía, por diferentes motivaciones, decide participar en esas organizaciones. Y pese a que en gran medida han perdido muchos de sus cometidos y objetivos, conservan algo que para mi sigue siendo muy importante: “expresan el pluralismo político y concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular, siendo instrumento fundamental (aunque no excluyente) para la participación política” . Por consiguiente todos y todas tenemos en parte la responsabilidad de lo bien o menos bien que funcionen y lo mucho o muy poco que sean útiles para conseguir una vida colectiva mejor . La participación política es polisémica: muy diversa y no tiene porque limitarse a los períodos electorales. Hay muchas y diversas formas de participar, influir, contactar, colaborar, etc., con esos tan denostados y demonizados entes que son los partidos y candidaturas , y en esto, comparto lo que expresa nuestro ordenamiento constitucional, aunque la realidad, en muchas ocasiones, se empeñe en contradecirlo. Porque aquello de “cuanto peor, mejor” sólo funciona para destruir y nunca para construir.

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