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¿Quién tiene que gobernar?

Ángel Sánchez

Opinión

La respuesta parece sencilla, ¿no?: quien gane las elecciones. Pero esta afirmación, más mediática que real, es engañosa: quien gana las elecciones, en un sistema parlamentario ( y, en cierta manera, aunque imperfecto, el municipal lo es) es quien consigue la mayoría de los apoyos en el Pleno municipal de investidura o consigue, a posteriori, sumar los apoyos necesarios para sustituir al Alcalde o Alcaldesa.

El debate abierto por el líder de la derecha es recurrente, pues periódicamente y en función de los vientos, principalmente demoscópicos, se retoma. Ahora ha sido el Sr. Feijó, pero antes fueron diferentes líderes, incluido el PSOE o Ciudadanos. Los argumentos son tan variados como refutables, pero la cuestión verdaderamente relevante que se plantea en ésta propuesta (en principio, según la propuesta del líder del PP, sólo se procedería a reformar el  artículo 180 de la LOREG para la elección de Alcalde o Alcaldesa) es si tiene que gobernar en solitario un Alcalde pese a haber obtenido, por ejemplo, no más del treinta por ciento de los votos.  

Como ha sido una propuesta del ahora líder del PP, hablemos de ella.

El Señor Feijó propuso ya en 2014 una modificación de la legislación electoral, que su partido, con mayoría absoluta, no implementó posteriormente. Igualmente, en diferentes ocasiones ha criticado con vehemencia la “tiranía de las minorías” olvidando otro tipo de “tiranía”: el de las mayorías, aunque en el caso que nos ocupa, sería todavía más extremo pues estaríamos hablando, en un contexto “cuasi” presidencialista como es el caso de los Ayuntamientos, de una “tiranía de la mayoría minoritaria” (perdón por el trabalenguas).

Y en el actual debate sobre el gobierno de la lista más votada, creo que es igualmente interesante señalar que, pese a la defensa que en 2014 hizo el ahora líder del PP, pese a su vehemencia discursiva en el debate sobre el estado de la autonomía gallega en 2017 defendiendo su propuesta, en 2019 se negó a hacerlo en su propia comunidad en el caso de Ourense, pese a que la lista más votada fue la del PSOE.

Y un último apunte sobre esa “tiranía de la minoría” del Señor Feijó: el ahora líder del PP afirmó tras el acuerdo de su partido con Ciudadanos y Vox en 2018 en Andalucía que,” lo importante es que lo que se ha firmado, tanto con Ciudadanos como con Vox, son documentos entre partidos homologables a cualquier partido europeo y el PSOE, si pudiera, también los habría firmado”. Los tiempos cambian y los vientos electorales mandan.

En mi opinión lo que subyace en la recurrente propuesta del PP es, por un lado, la necesidad de conseguir alcaldías que le sirvan de argumento simbólico para reforzar la estrategia del “voto útil” e intentar llegar a La Moncloa.  Y por otro, que la extrema derecha, a la que necesitaría para gobernar ( y a la que, pese a su discurso moderado, no ha hecho ascos en Castilla y León)  no logre visibilidad y así poder recuperar un espacio electoral que el PP considera, por ideología y naturaleza suyo, amen de “limpiar” su imagen de moderación pudiendo prescindir inicialmente de sus incómodos socios naturales.

Igualmente, se queda “corta” la propuesta del Sr. Feijó, pues no sólo sería necesario modificar la legislación en cuanto a la elección, sino también y necesariamente en cuanto a las competencias del Presidente o Presidenta de la corporación, evidentemente restándoselas al Pleno y atribuyéndoselas, con un sesgo claramente presidencialista, al Alcalde o Alcaldesa. Y ya puestos, ¿por qué no simplemente plantear que al máximo representante municipal lo elijan directamente los vecinos y vecinas, separando los cargos y competencias del Alcalde y el Presidente o Presidenta del Pleno?. Quizá, y especulando un poco, porque la ciudadanía que ha “enmendado” con su voto el bipartidismo, no estaría dispuesta a aceptar ese juego de suma cero que anularía por completo la representación de las  opciones política minoritarias.

En mi opinión, la legitimidad democrática, en un marco parlamentario (aunque en los Ayuntamientos, claramente imperfecto, cuestión que abordaré en otro texto) recae en el órgano asambleario representativo de la diversidad y pluralidad social y política. Querer “imponer” un Presidente o Presidenta del consistorio, pese a que no haya recibido la legitimación mayoritaria de sus vecinos, además de poco democrático es, en un contexto electoral, claramente oportunista. La cuestión de quién gobierna va más allá del cargo y sus atribuciones, pues entra en el terreno de la capacidad de diálogo, de los acuerdos y el consenso entre diferentes, ya que las elecciones las ganan los que consiguen gobernar y no quien más votos haya conseguido respecto al segundo más votado, con el que podría haber, llegado el caso, solo un exiguo puñado de votos.

La buena o mala gestión, la eficacia o ineficacia de un gobierno se mide por sus iniciativas y, por supuesto, por sus resultados. Lo verdaderamente democrático no es nunca que una minoría se imponga a la mayoría, sino que se sea capaz de sumar, más allá de los intereses electoralistas en base a argumentos y no sobre triquiñuelas, por mucho que éstas se vistan (ahora) de una cierta excusa ética.

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