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Los programas electorales

Ángel Sánchez

Opinión

Poco a poco los candidatos y las candidaturas van a ir desgranando sus programas electorales: sus intenciones, sus compromisos, sus promesas o simplemente sus anhelos políticos en el supuesto caso que pudieran, o dirigir el gobierno municipal o influir en las políticas públicas que puedan implementarse durante el mandato que se iniciará aproximadamente a mediados de junio con la toma de posesión de la corporación que surja de las urnas el próximo 28 de mayo.

La primera pregunta es casi obligada: ¿sirven de algo los programas, alguien los lee, se siguen como mínima línea de orientación política?. Personalmente soy consciente, en primer lugar de la contingencia de la política, de la que hemos tenido pruebas a lo largo de los últimos cuatro años con sucesos que han condicionado la acción política. Y en segundo lugar, tengo claro que los programas son, habitualmente, declaraciones de intenciones que intentan recoger un compendio de ideas, en ocasiones relacionadas más con lo simbólico que con la realidad. Pero, dicho ésto y aunque contradictorio, creo que el papel de los programas electorales es clave, porque a través de éstas declaraciones más o menos ambiguas, más o menos concretas, más o menos adecuadas, podemos hacernos una composición de lugar sobre las intenciones futuras de las diferentes candidatas y candidatos.

Un argumento habitual sobre los programas es la aparente coincidencia que todos tienen al abordar el diagnóstico de los problemas o situaciones conflictivas en las que debería intervenir el gobierno municipal. Y si prestamos atención a los apuntes de propuestas que se han hecho hasta el día, la impresión podría  corroborarse. ¿Entonces?. Si el programa no es el argumento para que, conjuntamente con el candidato y otros factores nos decidamos, primero ir a votar y segundo, hacerlo por una opción política concreta, ¿para qué sirven?.

Creo que los programas deberían ser, en primer lugar concretos, y en segundo, lo suficientemente didácticos como para que la ciudadanía interesada pudiera valorar la viabilidad conjuntamente a la deseabilidad de las propuestas que puedan plantearse. Me explico.

Los problemas que sufre la ciudadanía son lo suficientemente evidentes como para que la gran mayoría de candidatos y candidatas los recojan en sus programas. La diferencia hay que buscarla en los modos y formas de gestión y la orientación: no es lo mismo apostar por la gestión de los servicios públicos a través de la externalización de servicios que la gestión directa o la búsqueda de una fórmula mixta, o proponer un incremento de servicios y programas destinados a mejorar la vida de los que más lo necesitan, o incentivar la participación como instrumento de mejora democrática. Y ahí, los programas deberían señalar, a parte del que, el cómo, para que el proceso de información favoreciera la capacidad de la ciudadanía de valorar la gestión de una forma más o menos ajustada a la realidad y no sólo a la deseabilidad. En definitiva, el programa puede y debería servir como guía general para poder controlar la acción, tanto del gobierno como de la oposición durante el mandato y, al mismo tiempo, evaluar al gobierno y a la oposición al finalizar éste, teniendo argumentos para asignar las responsabilidades pertinentes.

Pero ante todo soy pragmático, y es una evidencia que  principalmente la gente  sufre una exposición selectiva a la información política con el objetivo de no crearse demasiadas disonancias o contradicciones respecto a las creencias o predisposiciones que tienen sobre los actores políticos municipales, ya sea por afinidad partidista, por coincidencia ideológica (aunque ésta sea coyuntural) o con el candidato o candidata.. En general seleccionamos, percibimos y retenemos lo que coincide con nuestras predisposiciones, por lo que considerar que una propuesta  puede ser mejor que la de nuestro partido o candidato, nos ocasionaría una situación en la que igual estamos dispuestos a escuchar argumentos e incluso a cambiar la orientación de su voto. La concreción de esa disonancia es uno de los objetivos, principalmente de los partidos y candidaturas que se posicionan como alternativa: crear votantes ambivalentes. Y esto, en el ámbito local, si la ciudadanía entiende y asume que lo que se juega es el gobierno municipal, y no otra cosa, es más sencillo que esa dualidad electoral se produzca a causa de la campaña. Pero lo que realmente puede crear ese efecto disonante entre lo que se prefiere, y la posible incómoda realidad, es mirar hacia atrás. Y cuando se presenten los programas electorales, la ciudadanía debería convertirse en ese tipo de ciudadano ideal y colocar (además de valorar los programas) el retrovisor para así tener más argumentos a la hora de decidir su voto.

Sobre ese “retrovisor” reflexionaré en otro texto, mientras tanto, ¡nos vemos en la campaña!

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