José Enrique Bernabéu Pérez nos hace llegar el siguiente artículo de opinión:
Suele decirse que en los momentos de máxima dificultad y donde el ser humano es sometido a una extrema tensión, puede verse lo mejor y también lo peor de su condición. Sin duda el riesgo que ha supuesto y supone la aparición de un “lejano” virus en nuestro País, es una buena prueba de ello. Sin duda la pandemia que soportamos nos hace ver, nos debería hacer ver, todos y cada uno de lo ejemplos que certifican cuanto de cierto hay en ello.
Hoy el foco está puesto en esos Hospitales donde nuestros sanitarios luchan por la vida. Y lo hacen en primera linea. Aceptando el riesgo que la enfermedad a la que se enfrentan supone para su propia vida. Un riesgo acrecentado y desgraciadamente constatado por la vergonzante falta de medios de protección. Vergonzante falta causada por la imprevisión y posterior ineptitud de un Gobierno incrédulo y sordo ante los reiterados avisos que desde la OMS se venían produciendo, y ciego ante lo que ya en otros Países era una realidad.
Hoy la lucha en los hospitales es feroz. Se lucha contra un enemigo invisible y del que poco o nada se conoce. Y se lucha en agotadoras jornadas. Sin descanso. Hoy nuestros sanitarios viven emocionalmente al límite. Dando lo mejor de sí mismos en lo profesional y en lo humano. Abrumados por su incapacidad para dar respuesta adecuada ante el colapso que se vive en los centros hospitalarios. Sobreponiéndose al fracaso que supone la muerte del paciente. Alegrándose con su recuperación y posterior salida del centro. Para ellos el aplauso, el reconocimiento y la gratitud de una ciudadanía que con enorme preocupación vive, desde su confinamiento, la aparición en sus vidas de un tal COVID-19.
Pero son muchos más los que merecen nuestra gratitud y reconocimiento.
Así vemos, día tras día, la labor de miles de ciudadanos que solícitos y sin pensar en el riesgo cierto que corren, acuden en ayuda de los más necesitados. De quienes viven en la soledad más absoluta. De mayores, de impedidos, de gente sin hogar, de aquellos que un ERTE o un cierre han cambiado sus economías abocándoles a una angustiosa necesidad. Miles y miles de ciudadanos que a través de un teléfono o un ordenador, escuchan, consuelan y resuelven dudas y minimizan problemas.
Así vemos como ciudadanos y ciudadanas de todas las edades, en sus domicilios y con más o menos precarios y ortodoxos medios, se afanan en la fabricación de material sanitario que proporcione protección a familiares y vecinos. A Empresas que de forma altruista ponen su logística al servicio de la causa. Que cambian su actividad por la fabricación de mascarillas, batas, protectores y sistemas de ventilación, ante la escasez y necesidad existentes y ante la desatención de quienes, entre sus obligaciones, estaba y está la de proveer del citado material.
Así vemos como quienes ayer se lanzaban a las calles en demanda de una mejora en los precios de sus productos, hoy aparcan sus protestas para seguir afanosa y dificultosamente en sus campos, huertas y granjas. Evitando, con la impagable colaboración de quienes a bordo de sus vehículos y sin protección y atención alguna se lanzan a la carretera en agotadoras jornadas, el desabastecimiento en comercios y supermercados.
Y vemos a policías y agentes de la benemérita que tras ser engañados con falaces promesas, hoy aparcan sus reivindicaciones salariales y olvidan menosprecios e insultos. Mientras, conjuntamente con las policías locales, ocupan las calles de nuestros pueblos y ciudades garantizando el confinamiento decretado y con ello nuestra seguridad. Pueblos y ciudades donde igualmente podemos observar a miembros del ejercito realizando, disciplinadamente, todo tipo de misiones y labores. De ese ejercito paradójicamente considerado por quien hoy nos gobierna, como gasto superfluo y por tanto a suprimir. Ejercito y fuerzas y cuerpos de seguridad de Estado que carentes del necesario material de seguridad , cumplen y seguirán cumpliendo con su deber aunque en ello les vaya la vida y su recompensa sea un ignominioso silencio.
Y vemos a los miembros de la Iglesia, una Iglesia que está abierta aunque sus templos estén cerrados. Abierta porque continúa con su labor de siempre, el auxilio a los más necesitados. Porque funcionan los comedores sociales, las casas de acogida, la agencia del empleo. Porque a través de las Cáritas parroquiales se sigue suministrando alimentos y ropa. Pagando recibos y alquileres. Porque sus sacerdotes, de forma presencial en hospitales y residencias o valiéndose de las redes sociales, llevan la Eucaristía y el auxilio espiritual a todo aquel que lo precisa.
Y vemos a farmacéuticos, bomberos, personal de limpieza viaria, de recogida de residuos, protección civil, distribuidores, taxistas, autónomos, servicios sociales y tantos y tantos otros que con su abnegada labor, con su sacrificio y esfuerzo solidario, demuestran que una vez más la ciudadanía, a pesar de quienes irresponsable y permanentemente viven en la memez y estulticia más absoluta, está muy por encima de la clase política. Pero de esta hoy no toca hablar. Hoy toca hablar de reconocimiento y gratitud.