Al hilo de EEUU: la reforma electoral valenciana

Opinión
Ángel Sánchez
Para los que vivimos con pasión cualquier debate sobre la democracia y las elecciones ( como dimensión fundamental de nuestro sistema político), las Presidenciales de EEUU han sido un motivo de reflexión y debate sobre las características y efectos de los sistemas electorales. Evidentemente el resultado tan ajustado, la polarización política y un líder anacrónico ( con el sistema norte americano y con la democracia como concepto) han sido el aderezo perfecto para perderse en múltiples disquisiciones.
Las elecciones estadounidenses han puesto sobre la mesa conceptos como la circunscripción, el colegio electoral, los votos electorales, el “firs past the post”, etc. Conceptos todos de un sistema electoral diferente al nuestro que, teniendo unos componentes terminológicamente similares, difiere en su contenido. Pero este no es el objeto de éste texto. El objetivo ( al hilo de las elecciones), es plantear una reflexión en torno a la reforma de la ley electoral Valenciana que ha planteado el gobierno de coalición de la Generalitat Valenciana.
Los ejes de la reforma autonómica ( que no municipal al ser ésta una regulación estatal, aunque en mi opinión el marco municipal motivo debería ser parte de una seria reflexión que impida el incremento del cesarismo e torno a la figura de los y las Alcaldes y Alcaldesas) se centran en: la barrera electoral ( del 5% al 3%), la introducción del voto preferencial y el fomento de las primarias como proceso de selección de las candidaturas.
Respecto a la barrera electoral, la bajada del 5 al 3 por ciento propiciará que exista una mayor proporcionalidad, es cierto. Pero no es menos cierto que la formación de gobierno dependerá del acuerdo de diferentes actores, algo que en principio beneficia y perjudica al mismo tiempo el objetivo de la constitución de ese gobierno. Lo beneficia, porque esos gobiernos expresarán con mayor proporcionalidad la pluralidad política que ya, la ciudadanía, empoderada y convertida en agente de cambio, ha propiciado con su voto. El perjuicio estará en función de la consolidación o no de esa cultura política basada en la polarización. Si el revanchismo y la confrontación siguen siendo el eje sobre el que gira la política, negando la legitimidad a la representación legítima transformada en gobiernos de coalición, bajar la barrera no mejorará la calidad de ésta. Por otro lado, es necesario poner sobre la mesa otro efecto que tendría la reforma: la evidente transformación del sistema de partidos, ya que, siendo por un lado positiva la representación plural, confiere a los partidos mayor poder de negociación al margen del control directo de la ciudadanía. Pero ésta objeción está igualmente relacionada con la cultura política y en ella, la de los partidos políticos que tendrían la obligación de mejorar su transparencia y su calidad democrática interna.
La introducción del voto preferencial mejoraría sustancialmente la calidad de la participación al tener en su mano la ciudadanía la posibilidad de modificar ordinalmente las candidaturas al expresar sus preferencias en función de barreras relacionadas con el porcentaje obtenido por dicha candidatura, algo que igualmente modifica el actual estatus de los partidos políticos en su relación con la ciudadanía: ya no serían los únicos encargados de la selección de candidatos y candidatas, pues la ciudadanía tendría la capacidad de modificar en parte la decisión del partido en la composición de la candidatura.
Sobre las elecciones primarias abiertas tengo más objeciones, pero todas ellas tienen relación con la ausencia de una verdadera cultura política cívica. Creo que al no existir más que un compromiso coyuntural por parte de la ciudadanía en la elección, en determinados ámbitos se podría caer en el clientelísmo. En mi opinión las primarias internas entre la militancia sí beneficia la democratización de las organizaciones políticas, aunque por la experiencia, la combinación de seguidismo y clientelismo podría viciar (y vicia) el procedimiento en origen, por lo que la necesidad de mejorar la relación de las organizaciones políticas con la ciudadanía y, por consiguiente, de los cargos públicos electos con los electores es un trabajo prioritario si en verdad se quiere reducir esa brecha entre representantes y representados que sigue poniendo en peligro la legitimidad que las instituciones precisan para ser eficaces y efectivas.
Los sistemas electorales son una herramienta para transformar los votos en representación. No existe el sistema perfecto, pues todos ellos tienen sesgos sobre los que se puede discutir en bucle. La cuestión es, en mi opinión, que la democracia sea ( o no) un sistema para encauzar la pluralidad y el conflicto que nuestra compleja sociedad precisa.