Cuento Navideño
Remedios de los Ángeles Climent
Dos frailes caminaban sobre sus abarcas, raídas por el uso, recorriendo los caminos vecinales, ofreciendo su servicio vocacional. No era la primera vez que atendían a una familia que tiempo ya se refugiaba en la partida de la Illeta, convirtiendo una de las cuevas, excavadas al pie de un generoso talud, en hogar.
Hacía varios días que Carmen no asistía, acompañada por sus cuatro hijos, al culto que celebraban los domingos en la pequeña ermita de la hospedería de la Orden de la Merced. Era mujer agradecida y la única posibilidad de devolver las atenciones recibidas a su familia era acudir a misa de cuando en cuando. El convento, como lo llamaban los vecinos de la partida era lugar de romería de los pobres de solemnidad. El Camino Real Cartagena – Benisa era paso obligado a los pueblos y caseríos de la costa.
La torre vigía señalaba el sendero que serpenteante bajaba a pie de la misma playa donde existían unas ocho cuevas que, sabe Dios si tenían que ver con el asentamiento de varias civilizaciones que dejaron huella en una pequeña isla que la torra custodiaba. Tal vez el pirata Dragut, conocido por Barba Roja hizo de ellas su refugio mientras cometía tropelías por los pueblos de la comarca.
Era noche cerrada. Los niños dormían sobre un camastro, todos juntos. La ropa de cama era escasa y el invierno muy frio. La abuela dormitaba sin soltar su rosario entre ronquidos y letanías. Su hijo salió de pesca hacía la isla de Tabarca. Hacía mal tiempo, pero su empeño por sacar su familia adelante no lo detenía. Su vocación marinera le llegó tardía, más la necesidad y el amparo de aquel puerto natural le vino rodado.
En otro tiempo fue músico y vivió en ciudad, pero un malentendido político lo apartó de su batuta… Tal vez lo apartaron. Seguramente su orgullo no le permitió redimirse, aunque era este sentimiento, en ocasiones justificado, quien le empujaba a luchar en lo que fuere por sacar su familia adelante.
Después de recorrer caminos, montados en una carreta arrastrada por un famélico mulo, escasas pertenecías, y la abuela siempre con ellos, divisaron una torre vigía y un mar sin fin. No conocían el mar y aquellas olitas soleadas por el Astro Rey en pleno agosto les devolvió a todos la sonrisa perdida.
Descubrieron unas cuevas, eligiendo una de ellas, bajo la misma torre. En la de al lado guardaron la bestia y aparejos. Con el tiempo lograron reunir unos polluelos que se convirtieron en gallinas y gallos, con abundancia de huevos. A pesar de vivir en una extraña cueva la vida les sonreía y, en las excursiones a poblados tierra arriba hacían trueque con pescados por hortalizas y otras viandas. La madre daba clases básicas a sus hijos y la abuela tejía.
Sin embargo, el afán de Tomás por mejorar su situación y poderse construir una casa le llevaba a adentrarse en los temporales hasta alcanzar la buena pesca en los bancos de Tabarca.
Era víspera de noche buena. Los niños preparaban el nacimiento de Jesús, con figuritas de la abuela, quien atenta les indicaba. Carmen escondía sus lagrimas pues temía por Tomas. El viento desatado de levante agrede al hombre y lo irrita convirtiendo sus funciones en una tremenda lucha, cuando el hombre maneja un timón. Las once millas de distancia pueden convertirse en un desafío a la muerte, y es que en las profundidades hay otro dios que maneja tridente y mueve los vientos desde el interior, sin respeto al marinero ni sus justificados motivos.
Algunos vecinos de la partida de Campello les habían provisto de algunos dulces mediante trueque. Parecía no faltarles de nada y les faltaba todo. El hijo, esposo, padre, no daba señales.
Los frailes del convent les habían llevado La Palabra, aceite y vino cosechado y elaborado por ellos y unas hogazas de buen pan. Lo que no les dijeron a la familia fue que uno de los frailes muy temprano montó a lomos de una mula y enfilando el camino real se dirigió al puesto de vigilancia del puerto de Alicante para alertar del peligro que pudiera correr Tomas.
Ese año la familia no celebró la esperada Navidad, por un negro presentimiento.
El día de fin de año tuvieron noticias a través de los frailes que Tomas se había refugiado con su barca en el puertecito de la Isla de Tabarca, donde fue atendido por los vecinos.
Los niños que habían cubierto con una tela el belén corrieron a destaparlo, dando gracias al niño Jesús por la buena nueva y suplicando a los reyes magos de oriente que el único regalo que pedían era el regreso de su papa.
Moraleja: Este cuento inventado bien podría haber sido un hecho real pues existieron “okupas” en las cuevas de la Illeta. Algunos campelleros septuagenarios conocieron a los de una época sin embargo ha habido tantas épocas a lo largo de la historia que bien merecen, al menos el reconocimiento de mi pluma y a la labor de los frailes Mercedarios que al pueblo dieron bautismo.
Estas Navidades son tristes para todos, especialmente porque debido a esta aguerra pandémica que batallamos tenemos ausencias y también no podemos reunir toda la familia, al igual que nuestros protagonistas. Recordemos que después de la tempestad llega calma… Ahí la moraleja.