Pascual Andrés Tévar nos envía este texto
En este pasado 01 de noviembre de 2022, cuando pienso, siento y medito, que voy a ir caminado
desde casa, como lo hago desde 2013, como una peregrinación necesaria, y anual, percibo las
sensaciones , de los HOMENAJES , que silenciosamente me acompañan, en la vida, de forma
interminable, constante, y vitalmente necesaria.
Es un homenaje interminable detenerse, parar el mundo, ante la tumba de mis padres TERESA
y BLAS, y leer en su lápida: “SABÍAN SIEMPRE HACER DE SU LUCHA LA FELICIDAD DE LOS
DEMAS”. Ese lema que ha quedado en nuestros corazones de manera infinita más allá de las
estrellas. Y en esos momentos únicos, me viene a la memoria aquellas palabras de mi padre:
Nunca llegues tarde al trabajo bajo ninguna excusa ni pretexto, y se responsable por encima de
todo, y no te preocupes por no ser tan mañoso como yo”. Ya tenía claro, que no me iba a ganar
la vida con las manos, sino con la mente y sus buenas, duras, y trabajadas consecuencias. Y
recuerdo las palabras de mi Madre cuando venía exhausto del instituto cuando me decía: “No
pases nunca a la cocina. Dedícate a estudiar, para ser un hombre de bien”. Tenía muy claro, que
no iba a ser cocinero. Tal vez en esos momentos, no percibía todo su significado, pero se han
quedado incrustadas a sangre y fuego en mis pensamientos. Ella y el, me dieron la mejor
herencia, para luchar sin descanso, con todos los avatares de la vida, para ser libre y responsable,
en todas sus consecuencias.
Es un homenaje interminable, parar y detenerse, ante las tumbas de los hombres y mujeres, que
he tenido el honor de conocer, y que me consta lo que han significado en las familias que
también he conocido y compartido, pequeños y grandes momentos, que ahora se valoran en
todo su significado.
Es un homenaje interminable, detenerse ante la tumba de un amigo del alma, EUSEBIO con el
escudo de su Peña Madridista San Vicente del Raspeig, incrustado en su lápida, como lema de
su filosofía de vivir, compartir, y transmitir valores con su vida.
Reconozco , que no soy un aficionado a visitar el cementerio de nuestro querido San Vicente del
Raspeig, pero ahora, desde que hemos tenido que enterrar a mis Padres , he sentido un deber
inexcusable , de que al menos, una vez al año, como en una peregrinación especial visitar el
cementerio. Y no es por cuestión de conciencia, ni deber moral, es por una cuestión de filosofía
de vivir, de reencontrarse con la memoria del pasado, y de honrar de dónde venimos, y hacia
donde queremos caminar con nuestra vida.
Pasear por cementerio, para mí, no es tristeza, y melancolía pesimista, es aceptar con humildad,
que a pesar de todo, la vida merece la pena, vivirla intensamente en todos los momentos, los
buenos y los malos, Y que los y las que nos han dejado, los que se han ido, y hemos honrado, y
amado, a nuestra manera, y de verdad, permanecerá vivos en nuestras memorias, y en nuestros
sentimientos, siempre. Y basta solo, recordar un pequeñísimo detalle de lo vivido con ellas y
ellos, para percibir, que todo es hermoso, y tiene sentido, por muchas que hayan sido las dudas,
los sufrimientos, y la lucha, en nuestros caminos compartidos con ellas y ellos.
Así que, pasar por el cementerio, aunque sea una sola vez al año, y aunque parezca un
contrasentido, me devuelve la alegría de vivir. Tal vez, porque sin apenas darme cuenta, y ser
consciente del todo, me reencuentro de una forma única, conmigo mismo, en medio de un mar
de pensamientos, y sentimientos, con el pasado, y con el futuro. Y pienso, y siento, en las
inmensas y únicas sensaciones, que he compartido, con los que llevo siempre en el corazón, y
que de una manera indescriptible, me hacen, me empujan con una forma invisible, a caminar,
con la ilusión renovada, y trabajada, cada día, bajo la increíble luz mediterránea.