Pascual Andrés Tévar nos envía un nuevo artículo

Entre los años 1963 y 1971, es decir, entre los 13 y los 21 años, tuve el honor, y la oportunidad
de estudiar y de aprender a vivir y convivir en el Instituto Arzobispo Lozano de Jumilla, que era
todo un reto, en aquellos complicados de las dificultades económicas y de la dictadura en el
control a todos los niveles.
Por causa de las becas-salarios, tuve la suerte de ganarme a pulso, la oportunidad de ir al
instituto, y de alguna forma salir de casa. Y aunque hora estar a la vuelta de la esquina, en
aquellos tiempos era marcharse muy lejos. Es decir, de alguna manera, daba la sensación que
me iba a cambiar de vida lejos de la protección familiar, y que tenía la misión, de intentar
aprender, para luchar por ganarme el futuro. Porque en el instituto esta interno, y hacía mi vida
en esa hermosa ciudad de Jumilla.
Así que tenía claro, que a mis padres, los iba a ver, de tarde en tarde. Si no recuerdo mal, para y
estar con mis padres y mi hermana, tenía que esperar a vacaciones festivas de unos días, o las
vacaciones veraniegas. Pero mi padre, me tenía preparado un trabajo, para no aburrirme ni un
segundo, dando el cayo, y más cosas.
Así que el reto era importante, para seguir teniendo derecho a la beca-salario, es conseguir una
nota media de notable. Porque me jugaba, dar por terminado el instituto, y regresar a casa. Y
mi padre, como ya me lo había advertido, ya me buscaría trabajo, para que no perdiera ni un
minuto de mi tiempo.
En ese largo camino, tuve honor, de compartirlo con buenos y fieles colegas, que después de
más de 43 años, encontramos la oportunidad de reencontrarnos en el 2014, con un evento y
una comida conmemorativa en el Instituto, y en la tierra acogedora de Jumilla. Y era necesario,
en algunos casos, hacer un esfuerzo para reconocernos, y al mismo tiempo, era una ocasión
única en la vida celebrar este reencuentro.
Se amontonaban los recuerdos, de aquellos años, llenos de juventud y osadía, y de retos, y de
sueños por plantearse, y por cumplir. Y la intensa y convulsa convivencia en el Instituto, y en el
internado, y en la ciudad de Jumilla, que lo convertía en todo un mundo, y en todo un desafío.
Pero como la misión era estudiar, y el gran objetivo, sacar la nota media para seguir adelante,
no nos podíamos perder un minuto, y tratar de organizarnos, lo mejor que podíamos, en esas
maratonianas jornadas de clases, de estudios, y de internado. A mí me tocó ser el despertador,
en esas largas noches de estudios para los exámenes, y avisaba los compañeros, en las horas
seleccionadas, para aplicarse en la preparación de los exámenes y del control de los nervios, y
ansiedades diversas.
En las aulas nos enfrentábamos a los intensos y pesados horarios de las clases, y sobre todo de
las asignaturas que no eran de nuestra aceptación. Pero primaba conseguir la dichosa nota
media, y había que sacar fuerzas de donde sea. En mi caso, la religión, y los talleres de
manualidades. Hasta el punto, que me llegaba noticias, que había fuertes debates y discusiones,
en el claustro de los profesores, para que no permitieran, que la nota media no se mantuviera
al final del curso. Tenía algún crédito, por la nota de las demás asignaturas. Era todo una lucha
de equilibrios mes a mes, y año a año, para poder continuar en el Instituto.
Como quiera que en aquellos años 60 y principios de los 70, la dictadura se imponía, y las
libertades eran solo un sueño, tratábamos de adaptarnos a las normas. Recuerdo, que nos
llevaron a cantar el “cara al sol” en una plaza, y de hacer guardia nocturna, con motivo de la
conmemoración de la muerte de José Antonio Primo de Rivera. Y esos hechos, despertaban un
intenso y encorajinado debate interno, que poco a poco, me hizo rebelarme, al menos en los
pensamientos.
En ese largo camino, de dudas, de debates y discusiones, y diálogos intensos con mi Padre, fui
intentando descubrir, a mi manera, que significado tenía ser libre, y empecé a cambiar,
radicalmente la forma de pensar en la política, y en la condición de ser libre en todos los
sentidos.
También, con el paso de esos jóvenes años, fui descubriendo, a través de los guateques, en los
pisos particulares, la existencia de la mujer en todos los sentidos, y los revuelos y las pasiones
que me despertaban. Y hasta amores platónicos, y otras cosas de la imaginación desbordada.
Así que, el largo paso por el Instituto, marcó de alguna forma mi vida, y me sentir, y ser,
consciente de que la libertad, hay que tenerla como un valor, porque en aquellos tiempos,
practicarla, era imposible. Pero eso sí, aprendí, que nada ni nadie, te va a quitar la liberta de
pensamiento, porque había pasado la barrera del pensamiento impuesto.
Con el paso del tiempo, se valora de verdad, las etapas de la vida en el Instituto, y percibes, que
has vivido una historia, que se ha forjado en mil debates, y que te ha dado la oportunidad de
buscar, a tu manera, tu propio camino. Y que te continúa dando la oportunidad, de descubrir la
vida, de compartirla, y de luchar, y de tener coraje, y de superar dudas y sacrificios, y de seguir
día a día, descubriendo la libertad, y con fe en el futuro, bajo la increíble luz mediterránea.