Serafín Serrano, experto en Ciberdelincuencia
Estamos consternados por el fatal desenlace de lo que, en principio, aparentaba ser la ilusionante historia de amor para una mujer de Morata de Tajuña, y terminó con ella y sus dos hermanos asesinados. El corazón no tiene límite y obnubila la mente cuando se abre, aunque sea a un desconocido con un “modus operandi” demasiado habitual.
Vienen a la mente casos como el ocurrido en Japón, donde un hombre estafó 30,000 euros a una mujer haciéndose pasar por un astronauta que necesitaba dinero para los “gastos del cohete”, que le permitiese regresar anticipadamente de su misión en la Estación Espacial Internacional; el que tuvo lugar en La Ribera (Navarra), donde un hombre entregó 140.000 euros a su novio virtual, que había suplantado la identidad de un celebritie australiano durante 15 meses; o el ocurrido en Lérida, cuando un hombre fue estafado por otro que se hizo pasar por mujer y consiguió que le hiciera diversos pagos que superaron los 5000 euros. Todos tienen algo en común: estafador y víctima se conocieron en internet.
La “estafa del amor” afecta a personas de cualquier lugar, sexo o clase social con un nexo en común: la soledad y la búsqueda de pareja. Y aunque mayoritariamente los casos publicados muestran víctimas a mujeres, lo cierto es que los hombres son estafados con mayor facilidad, mayoritariamente por extorsiones tras un supuesto acto de “sexo virtual” que ha quedado grabado, si bien aquí hablamos de cantidades económicas inferiores.
Este tipo de estafas son producto de la denominada “ingeniería social”, nombre que reciben las diferentes técnicas de manipulación que emplean los ciberdelincuentes para ganarse la confianza de sus víctimas, consiguiendo engañarlas.
Afecta de manera preocupante a personas con un determinado y similar perfil: más de 60 años de edad, viven solas, sin hijos (suelen ser quienes frenan el engaño), en busca de pareja sentimental y sin la destreza necesaria en el manejo de las redes sociales.
Los delincuentes inician decenas de conversaciones con perfiles de este tipo, quedando a la espera de una respuesta. Ante ese primer mensaje, y tras un minucioso estudio de su perfil, le seducen con palabras amables e intentan desviar la conversación rápidamente a un medio más directo, tipo WhatsApp, donde terminarán ganándose su confianza. Es entonces cuando les piden el dinero. Si aprecian cierta resistencia cesan en el empeño, continuando pacientemente con el trabajo emocional y esperando un momento más propicio.
Desgraciadamente la víctima estafada no encuentra suficientes alicientes para denunciar. Al margen de la dificultad para localizar y detener a los culpables, siente una profunda vergüenza. También es frecuente que las mujeres estafadas, incluso arruinadas, sigan enamoradas de ese hombre e ilusión “hechos a medida” que, como en el caso morateño, costó la vida de tres personas.
Este tipo de estafas proceden, mayoritariamente, de Nigeria y sus autores suelen conocerse como los “Yahoo-Boys”, ya que éste fue el primer navegador que llegó a su país y muchos de ellos vieron una ventana a ganarse la vida con cierta facilidad. Inicialmente fueron las famosas “cartas nigerianas” o el “timo 419”, haciendo referencia al artículo que penaba esta actividad en su Código Penal.
En la actualidad delincuentes de diversos países africanos y de Europa del Este, principalmente, encuentran en sus smartphones una forma relativamente cómoda, sencilla y prácticamente impune de obtener importantes ingresos. La alarmante facilidad para crear perfiles falsos en las distintas redes sociales, interactuando en cualquier parte del globo sin mostrar su verdadera identidad, ha fomentado el auge de estos cibersinvergüenzas.