Pascual Andrés Tévar

En este artículo voy a tratar de reflexionar sobre la sentencia de que la muerte es el final. Y como
no quiero presumir de predicador, ni de adivino, ni de brujo, voy a intentar trasladarlo en
pensamientos, en reflexiones, tratando de que sean sencillas de entender, y de asimilar, cada
uno y cada una a su personal manera.
Desde 1972 tuve el honor de conocer a la mujer de mi vida, desde 1975, tuve el honor de
comenzar mi trabajo, y desde 1979, me siento padre y amigo, de mi hija, y desde 1986, me siento
padre y amigo, de mi hijo. En enero de 2024 he llegado al punto final de mi vida laboral, con la
jubilación, como ya he trasladado en algunos artículos, pero no me he jubilado, ni me jubilaré
nunca, de los sentimientos y las pasiones, porque la pasión por la compañera de mi vida, se
siente de otras formas, que no se centran, en la cama, y que van más allá de pasiones sexuales,
y demás entelequias, medibles en hechos concretos.
Siempre he tenido claro, y especialmente ahora, que he decidido, a los 73 años y pico, jubilarme,
y siento, que la vida, se gana cada día. Y que ido practicando la filosofía, de vivir intensamente,
y con buenas dosis de sensatez y sentido común, y de tener claro, que no soy inmortal, y de ser
consciente de vivir día a día, de vivir con pasión, sabiendo torear las inseguridades y ansiedades,
la vida que me plantea quiera o no quiera.
Por otra parte, tengo que empezar a tener claro, que la muerte es el final de la vida, pero no el
final de nuestra existencia, entendida en el mundo infinito de las obras y los hechos que hemos
plasmado con nuestra vida.
Es decir, la obra de una persona, se plasma en hechos, en documentos, en palabras, y en
memoria, que de alguna forma, salvando todos los ataques, permanecerá vivos, para dar fe, de
que hemos pasado por la vida, y que de alguna forma, hemos dejado constancia, que la muerte
no es el final. Que queda y permanece, esa memoria infinita, que va más allá del tiempo, y que
es otra forma de conquistar el futuro.
Acepto, el hecho de que mi vida, normalmente según las estadísticas, terminará antes de la de
mi compañera, pero de alguna forma, no se cual ni me importa, quedarán vivos los argumentos
de haber compartido un buen tiempo juntos. Y que siempre me los trasladará, con su mirada
interminable, que la muerte no es final, que es solo un paso más, en ese universo por intentar
descubrir, que hemos sido capaces de dejar, de nuestro paso por la vida, porque “ caminante no
hay camino, se hace camino al andar”.
Cuando se llega, como en mi caso, a la jubilación, y siendo consciente, que la voy aceptando,
como algo lógico y natural, se te vienen encima, unos dossiers de fechas de terminación, no solo
de trabajo, sino de formas de entender la vida, de que todo tiene un tiempo límite. Y de pensar,
casi obsesivamente, que hay una fecha de finalización de todo en general. Pero al mismo tiempo,
necesito pensar, sentir, palpar, sentir, y vivir, que todo no se puede venir abajo. Y es entonces,
cuando es imprescindible, luchar, y ser fuerte, para quitar la idea contagiosa, que la muerte es
el final, y tener claro, que algo habremos hecho, para influir en la continuidad de las nuevas
generaciones, y que no se limitarán a sustituirnos, sino que habremos contribuido, a transformar
el mundo, con nuestra filosofía de vivir, y dejar vivir, y de compartir, en todos los buenos y
pacientes sentidos.
Así que, la muerte, no es el final, es otro paso, en el transcurrir por la vida. Pero eso sí, no
dejemos por nada del mundo, que nos deprima, y nos limite a vivirla como queremos, solos, y
en buenas compañías. Y por supuesto con la compañera de la vida, y con los hijos, y con la
familia, y con los amigos y amigas, teniendo meridanamente claro, que la mejor herencia, es
haber vivido, y compartido, en todas las dimensiones, con nuestros debates, luchas, errores,
inseguridades, sufrimientos, y esfuerzos de superación, y siempre, a nuestra personal manera,y con el empuje infinito, de la increíble luz mediterránea.