Pascual Andrés Tévar
Tengo que comenzar este artículo desde el hecho de que estoy conviviendo con la enfermedad mental de mi hija desde hace más de 32 años. A través de los artículos en Costa Comunicaciones del 19-01-2018: “La psiquiatría de puertas abiertas, donde cabe la amistad y la ilusión para seguir adelante” y del 14/07/2018: “Los pisos tutelados y el desafío de la enfermedad mental” comencé a hablar del tema. Posteriormente, a través de Somos Raspeig, he hablado en distintos artículos sobre la convivencia cuando existe este desafío.
Enlazando con que el día 06 de octubre de 2024 se dedica una mirada colectiva a la enfermedad mental, quiero trasladar estas palabras para que no descansemos, a través de todos los medios médicos y de organizaciones, en seguir la investigación y la lucha constante para hacer la vida un poco mejor a los enfermos mentales. También para aprender a convivir con ellos, y que la sociedad los acepte como personas, como ciudadanos primero, y que les ayude en la integración, que es el desafío más importante y para el que aún queda un largo y complejo camino por recorrer.
La sociedad no puede conformarse con tener centros hospitalarios, tratamientos personalizados, y toda clase de asistencias, como las de los pisos tutelados, por muy inmensa que sea la labor que representan. Hay que avanzar mucho más y poner en marcha los caminos necesarios para que las personas con enfermedad mental puedan realmente tener posibilidades de integrarse en la sociedad con libertad y con todas las consecuencias de una vida normal de convivencia.
La sociedad, de una vez por todas, tiene que dejar definitivamente de hablar de enfermos/as mentales y hablar de personas. A partir de ahí, que la enfermedad mental quede como cualquier otra enfermedad, pero que nunca sea la forma de reconocer a la persona que hay detrás, por encima de todo. Mientras no seamos capaces de asumir ese hecho, todo lo demás no servirá de nada para la verdadera integración.
La sociedad tiene por encima de todo el estigma del enfermo mental, simbolizado en peligro, dificultad para convivir, en un mundo oscuro e impenetrable con el que hay que guardar distancias. Y que sean los centros hospitalarios, los centros asistenciales y los pisos tutelados los que atiendan y convivan con los enfermos mentales. Dejar que esa sea la integración, porque es mejor tenerlos a salvo que convivir con ellos. Este es un fariseísmo que deja las conciencias a salvo y que hace que se les considere personas, pero en su mundo, no vaya a ser que perturben el nuestro.
La sociedad, al final, deja el asunto de los enfermos mentales en manos de los centros hospitalarios y de asociaciones como ADIEM, que hacen una inmensa labor de atención e integración y de intentar con ahínco hacer felices a las personas con enfermedad mental. También en manos de las familias, que con su inmenso sufrimiento, para el que no encuentro la palabra adecuada, han hecho posible que estas personas estén siempre a salvo. O al menos lo han luchado con todo su ser a lo largo de toda la vida. Es aquí donde cuesta reconocer lo mucho que falta para que la integración avance fuera del ámbito estrictamente familiar que tienen los enfermos y enfermas mentales.
Es cuestión aparte hablar de los enfermos mentales, que no es el caso de mi hija, que tengan posibilidades reales de integrarse en el mundo laboral. Que puedan tener la posibilidad de llegar a ese objetivo sería un gran paso para integrarse mejor en la sociedad actual. Este es un mundo en el que también hay que trabajar, y me consta que a través de ADIEM están abriendo caminos hasta ahora poco explorados, y que tienen un buen, alentador y desafiante futuro por delante. A ellos les doy todo mi ánimo para trabajar con coraje e ilusión por conseguirlo, paso a paso, con fe en el futuro.
El pasado mes de septiembre de 2024, en una reunión en ADIEM, en un centro de Alicante, de familiares de enfermos mentales, se nos transmitía que uno de los asuntos en los que se va a trabajar con ahínco desde ahora en adelante es que los enfermos mentales puedan, como parte de sus actividades normales, desplazarse a centros educativos normales, a centros culturales normales, y a toda clase de actividades entroncadas en la vida normal. Para que se sientan, de verdad, que no son bichos raros, que forman parte de la vida ciudadana en todas sus consecuencias, y que se les reconoce cada día. Al menos, que sientan que son respetados y valorados. Que los monstruos no les dominen y, en definitiva, que sepan convivir con ellos y superarlos, a su manera, para seguir adelante con unas gotas de ilusión cada amanecer.
Ahora, rememorando los artículos que al principio he mencionado, quiero recordar algunas frases que resumen los mensajes que intentaba transmitir:
En Costa Comunicaciones de 19/01/2018, “La psiquiatría de puertas abiertas, donde cabe la amistad y la ilusión para seguir adelante”, dedicado al psiquiatra de mi hija, Juan Carlos, decía:
“En la vida, los amigos no se buscan, se encuentran, y de la forma más inesperada y mágica, porque están siempre cuando de verdad los necesitas, en la lucha incansable contra la desesperanza”.
Y finalizaba el artículo con:
“Desde aquí, mi solidaridad y apoyo de corazón a todas las familias que tienen este enorme, complejo y vital reto para continuar en la lucha, y que puedan encontrar los amigos, los profesionales y los centros que les ayuden a tener ilusión para seguir adelante”.
Lo demás lo dejo a vuestra serena reflexión, si es posible, pero al menos, con personas y profesionales como Juan Carlos, se puede, con fe, seguir luchando.
En Costa Comunicaciones de 14/07/2018, “Los pisos tutelados y el desafío de la enfermedad mental”, dedicado al piso tutelado de ADIEM en el Benacantil, en la Av. Alcoy de Alicante, donde conviven mujeres y hombres que, con el buen, sereno y paciente trabajo de las monitoras, pueden sentirse arropados para seguir adelante cada día, decía:
“En este último tránsito del piso tutelado albergamos, aunque sea una posibilidad, el avance, aunque sea con las limitaciones de la enfermedad, de integración en la sociedad, y con otros y delicados límites que hay que aprender a manejar cada día. Pero no queda otra que luchar y hacerlo convencido de que lo que estamos haciendo tiene sentido, y merecen dedicarle todos los esfuerzos, las dudas, los desánimos y las remontadas”.
Y finalizaba el artículo con:
“Quiero lanzar un mensaje de ánimo a tantas familias que están luchando y sufriendo mucho más que nosotros esta indescriptible y cruel enfermedad. Que no se cansen de luchar, de aprender a convivir con ella, y de reinventarse para buscar soluciones. Por duro que sea, siempre, si saben descubrirlas, van a encontrar un rayo de esperanza al que aferrarse, en la luz de serenidad, para que cada uno la interiorice a su manera. Porque las lecciones nos las da la vida, y no pretendo darlas, sino reflexionar y compartir con los demás”.
A lo largo de muchos artículos en la hermosa ventana de Somos Raspeig, he hablado de mi hija y de su enfermedad mental, pero hoy he querido hablar de todos los enfermos mentales en el ámbito de la lucha colectiva, donde ADIEM tiene una repercusión destacada que lo demuestra cada día con su buen, concienzudo y sereno trabajo. Ahora, que dispongo de más tiempo como jubilado, intentaré colaborar con ilusión por delante, porque cada granito de arena es importante, y siempre con espíritu solidario. Pienso que, como me queda mucho por aprender, convivir con otros familiares y a través de intercambios de vivencias es importante para conocer mejor este mundo de la enfermedad mental en todas sus repercusiones en la sociedad actual.
Así que, como cada día, cuando escucho, río, sufro y dudo con mi hija, entiendo que es parte de mi misión en la vida, que puedo ser hasta un privilegiado al poder o, al menos, intentar ayudarla. Pongo lucha, sacrificio y fe sin límites en el empeño. Solo cuando, al contarme un chiste a su manera, ríe con la sonrisa abierta, solo ese instante compensa todo lo demás. Tal vez la grandeza de la vida se concentre en saber descubrir esos pequeños instantes. Tengo que trabajar más duro para entenderlo en todo lo que significa, y más si lo hago con la influencia de nuestra increíble luz mediterránea.