LOLO EL GATO VIGILANTE, INVISIBLE Y SERENO

Pascual Andrés Tévar

En casa tenemos un gato persa llamado Lolo desde noviembre de 2009, que representa muchas cosas, pero, sobre todo, la calma, que, de una forma mágica, sabe inspirar, en todos los sentidos, los que somos capaces de apreciar, y los que nos transmite cada día.

Lolo vino desde Lebrija (Granada), donde nació el 15/08/2009, y como figura en su certificado de pedigree, consta que se llama TIGRE MARYCAT, raza persa, con referencia: Exo n 23 y variedad: Exótico Negro Tabby Tigre, sexo: Macho, criadora: María Marín Muñoz. Y cuyos documentos de certificado de pedigree y declaración de transferencia adjunto en sendos documentos escaneados que forman parte de este artículo, junto con unas fotografías que simbolizan lo que trato de transmitir.

Lolo no vino por casualidad ni por capricho. Vino, de alguna forma, para reemplazar el enorme vacío que nos dejó la muerte, como consecuencia del accidente por la caída desde nuestra terraza del segundo piso a la calle, del gatito callejero al que llamábamos Gatito, y que nos dejó una enorme tristeza, especialmente a la compañera de mi vida, que le causó un período de aceptación a la situación de ansiedad por la que estaba pasando. Y, ante lo cual, busqué esta solución, arriesgándome a que no la aceptara, en todas sus consecuencias.

Lolo es vigilante, porque siempre está despierto, aunque, a simple vista, lo veamos que parece dormido, pero sabe mantener y observar todo lo que acontece en la casa. De alguna manera, nos está transmitiendo que la calma existe, aunque las incidencias que a veces ocurren parecen que no está todo controlado.

Lolo es invisible porque, muchas veces, cuando quiero saber dónde está, no lo encuentro, y cuando lo doy por perdido en uno de sus escondites elegidos, es él el que me encuentra, y con una mirada lo soluciona. De esa forma, me siento tranquilo, que no hay por qué preocuparse, porque lo tiene todo controlado.

Lolo es sereno porque, siempre, a pesar de las circunstancias adversas, sabe encontrar el sitio para sentirse seguro. Y, en todo caso, siempre está ágil y despierto, para buscar el escondite elegido, para seguir con su vida tranquila.

Lolo llegó a casa desde su criadora en Lebrija (Granada), y convivió con nuestra cocker spaniel, que llamábamos Blanquita, que formaba parte de la familia desde 2001, y al que tratábamos como ese hijo, mimado, del que no quieres separarte, ni para dormir. Y que siempre sabía corresponderte, con los recibimientos, y los ladridos, y los gestos, que nos reconfortaban en todo momento.

Y llegó para ocupar un lugar emocional importante, porque era el compañero en casa, ya que, por mi trabajo, tenía que dejar a la compañera sola en casa durante una larga jornada en la asesoría. La convivencia, al principio, fue complicada a veces, pero cada uno se fue adaptando a su papel, dada la independencia de Lolo, y respetar a Blanquita como la otra señora de la casa.

Lolo, cuando en junio de 2012 nos deja Blanquita, se convierte en el artífice de ayudar a combatir la ansiedad generada por su muerte, especialmente en la compañera de mi vida, y salvarle de que le invadiera el duro sentimiento de la soledad, que, de todas formas, costó tiempo en conseguirlo, porque mi trabajo implicaba largas jornadas fuera de casa. Pero, con él a su lado, lo fue asumiendo, que no estaba sola, y formaron una buena pareja. Aunque a Blanquita no la podremos olvidar nunca.

Lolo supo encontrar en la compañera de mi vida la confidente perfecta, hasta tal punto que solo a ella le permite las caricias, los besos y el contacto, y a los demás nos deja mirarlo y observarlo en la distancia, bien controlada, para que no nos acerquemos demasiado. Ella es la que le pone la comida, la que le limpia los ojos, la que lo mima y cuida hasta el infinito, cuando él lo consiente, con una complicidad sin fronteras.

Lolo, desde que llegó a casa con solo tres meses, no ha salido para nada a la calle. Todo su territorio lo tiene en casa y en la amplia terraza, y solo ha salido en un trasportín para llevarlo a una revisión médica al Hospital Veterinario San Vicente. Casi no conseguimos rescatarlo para capturarlo y volverlo a meter en el trasportín para regresar a casa. De esa visita quedaron con mordeduras los veterinarios que lo atendieron, por mi parte, y hasta la compañera de mi vida, que era la única que, al final, lo calmó para conseguir que regresara a casa. Al fin y al cabo, la defensa que tiene en sus colmillos y en sus gruñidos impone respeto, y eso, desde entonces, me quedó muy claro.

Lolo, a lo largo de todos estos años, nos inspira un mensaje de tranquilidad, sobre todo cuando existen incidencias de convivencia que nos cuesta controlar. Y, aunque se esconda en los sitios más insospechados, sabemos que, de alguna forma, nos está observando, y nos envía a su manera un mensaje de calma y de sosiego.

Lolo tiene su forma de divertirse cuando tiene un espacio de calma, y lanza carreras increíbles y movimientos de fantasía que demuestran su agilidad. Lo hace, sobre todo, en la noche, cuando se mueve entre sillas, entre mesas, en sillones, en muebles detrás del televisor, en sillas de la terraza y en otros lugares que solo él sabe elegir y disfrutar, como un buen y sagaz y meticuloso observador. Eso sí, cuando tiene que maullar, lo hace constantemente, sobre todo, en sus horarios de comer.

Lolo se ha acostumbrado al horario de su compañera y al mío, y es capaz de pasar una larga jornada nocturna y diurna en la cocina, a su lado, en la silla preferida, resguardado del frío del otoño incipiente de este 2024. Sabe buscar los lugares fresquitos cuando el calor aprieta. Y como fiel compañero de fatigas, sabe estar silencioso, sereno e invisible, pero siempre está atento, con su fino oído, con su fino olfato y con su fina vista, para que, a su manera, nada se le escape. Así que, el que crea que está siempre durmiendo, se equivoca: está tranquilo, pero con todas las antenas abiertas. Y siempre controla a quien entra en casa, como un vigilante atento, y se esconde para que nada se le escape a su fino control.

Así que, cada día que veo a Lolo, lo entiendo como parte de la familia. Y aunque es independiente y va a sus cosas, también es sociable a su manera, con la indiscutible diferencia de su compañera de fatigas a su lado, y a los demás dejándose querer en los espacios y en los momentos libres, improvisados y, a su vez, controlados. Y todo ello con la influencia y la ilusión de la increíble luz mediterránea.

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