Pascual Andrés Tevar
En esta vida de rutinas y monotonías, a veces te sorprenden hechos que te enseñan valores que forman parte de lo esencial y que le dan sentido a la vida y a la muerte, y a la herencia que queda más allá de las estrellas, para las generaciones venideras. Es sobre lo que quiero reflexionar en este artículo, a través de la hermosa y libre ventana de Somos Raspeig.
Desde hace un tiempo, no muy largo, he conocido un amigo especial, al que le voy a llamar «Marinero Pescador», aunque se llama José, que me ha mostrado cómo se recorre el certero camino de la vida a la muerte, sin miedos, con entereza, sin perder la compostura, y sabiendo dejar valores que son una buena herencia, entiendo, para su familia y para los demás, como es mi caso. Por esto, quiero dedicarle este artículo en su memoria.
El Marinero Pescador, con sus muchos años de vida y experiencia, tenía asumido que los médicos le habían señalado con mucha precisión que su vida iba a finalizar en la ruta final de este 2024. Y como he percibido, lo tenía interiorizado con serenidad, aunque me imagino, por las miradas, que la procesión iba por dentro.
El Marinero Pescador me contaba, en los pequeños momentos que salía de su casa y se acercaba a la terraza del acogedor y familiar restaurante El Jardín, que tenía al lado, el cual era y es mi lugar de relajación y sosiego (especialmente desde mi jubilación en los inicios del 2024), que se tomaba su café o lo que fuera, y se fumaba su cigarro o sus cigarros. Era consciente de saltarse los controles de los consejos médicos, porque vivir la vida a su manera era lo más importante. Y lo entendía, sin lugar a dudas. Me transmitía de forma personal su frase preferida: “Que Alá te proteja”, entre otras. Sabía todo el enorme mensaje que llevaba dentro, y lo entendía con la mirada y la forma en que me lo hacía llegar.
El Marinero Pescador me contaba, en sus ratos compartidos en la terraza del restaurante y refugio de confianza El Jardín, en nuestro San Vicente del Raspeig, que había sido marinero y pescador. Conocía esos mares infinitos, las luchas y los sacrificios, y era más libre que el viento. Tuvo la suerte de conocer a la mujer y al amor de su vida, quien le acompaña, le anima y le da serenidad en estos momentos en que su barco se acerca al final del trayecto. Su familia le protege y siente que, en este navegar hasta el final, no va a sentirse ni un momento solo. Y eso le da una calma infinita, y todo el sosiego para llegar al final del camino, tranquilo y en calma, como la última travesía hacia el puerto que le acoge y le protege hasta el infinito.
El Marinero Pescador tenía la sana costumbre de salir con su perro, su buen y fiel amigo, a pasear por las mañanas y por las tardes. Era más que una obligación: una buena forma de encontrarse consigo mismo, con su forma de ver la vida y con sus conversaciones interiores, que tanto transmiten cuando se hacen de verdad y sin tapujos. También tenía sus ratos con la paloma que se le acercaba para conectar y darle comida, y estar un ratito juntos sentados en un muro de los jardines del parque de la Plaza de las Cigarreras, de nuestro querido San Vicente del Raspeig.
El Marinero Pescador me contaba que sabía y era consciente de que no iba a llegar al final de 2024, pero, como un deseo especial, no quería irse en las fiestas navideñas para no estropear esas fechas a la familia. Y lo ha cumplido, porque se marchó en silencio y en calma, sabiendo que estaba en el puerto seguro, en los finales de noviembre de 2024. Me contaba su compañera de la vida que hasta tuvo la fe para esperar a la llegada de su hijo, antes de abandonar la ruta de la vida y embarcarse hacia esa vida más allá de las estrellas, donde los mares y las luces no se terminan nunca.
El Marinero Pescador, al que la vida me ha dado la oportunidad de conocer en el periodo de iniciar el paso a la jubilación, me ha enseñado unos valores que, a veces, por las rutinas y otras secuelas, no les prestamos la atención que se merecen: como son la serenidad, la simpatía y, sobre todo, el sentido del humor. Nunca lo he visto fuera de tono, demasiado serio ni cariacontecido. Al contrario, dueño de sí mismo, y, sobre todo, con la simpatía y la socarronería que eran una forma personalísima de comunicarse, e inundaban el ambiente de una manera que transmitía alegría, ganas de vivir y de compartir.
Así que voy a echar de menos al Marinero Pescador y al amigo. De alguna forma, mientras siga acudiendo al restaurante amigo, recordaré y reviviré esos mensajes originales y salpicados de fino y sabio humor. Me alegrará el día y me sentiré un poco más enchufado, un poco más conectado, para empezar o continuar el día. También lo recordaré siempre, para salvar las luchas y los retos de la rutina de la vida diaria, y todo ello empujado, al mismo tiempo, por nuestra increíble luz mediterránea.