Rosa Pérez Garijo, Coordinadora General de EUPV

El pasado lunes 10 de febrero se cumplían 159 años del nacimiento de Rafael Altamira. Justo desde ese día sus restos reposan junto a su esposa y sus padres en el mausoleo familiar en el cementerio de El Campello. Al ver las imágenes no pude evitar recordar la reunión en agosto de 2022 con el alcalde de la localidad. En mi último verano como consellera competente en materia de memoria democrática me desplacé a El Campello para mostrar la colaboración y el interés de la Generalitat Valenciana en repatriar los restos de Altamira y de su mujer, Pilar Redondo, para cumplir, así, con la voluntad del ilustre humanista que tuvo que exiliarse por la dictadura franquista. Iniciamos así la necesaria repatriación que ha tardado más de dos años en ser realidad.
Su nieta manifestaba en el acto que “Sesenta y cuatro años después de su fallecimiento, la patria que un día le condenó al exilio le abre los brazos con dignidad, esto es un acto de justicia histórica”.
Cierto, no cabe duda, que es un acto de justicia histórica, pero lo que necesita este país no son actos aislados de justicia histórica, lo que necesita es justicia histórica para un país entero y todas sus víctimas.
Me gusta estar pendiente de los avances y de los retrocesos de aquellas políticas que se desarrollaron desde la Conselleria que encabecé, algunas, como la repatriación de Rafael Altamira, quedaron pendientes de finalizar, es una satisfacción ver que el final de la legislatura no interrumpió su ejecución; otras no han tenido la misma suerte, estoy expectante a la decisión del actual consell de la Generalitat que busca (o eso dice) destino para el edificio de Sanidad del Puerto donde tenía su ubicación el Instituto de la Memoria. Un Instituto, por cierto, que se construyó en buena parte con financiación de la Unión Europea asociada al Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno de España. Los fondos recibidos eran claramente para el Instituto de la Memoria. Habrá que estar vigilantes ante un nuevo uso.
En mis ochos años dedicada desde las instituciones al trabajo de la memoria democrática (primero con diputada de memoria de la Diputación de Valencia y posteriormente como consellera de participació, transparència, cooperació y qualitat democràtica) una tarea fundamental fue exhumar los cuerpos que llenaban nuestras más de 500 fosas. Afortunadamente esa tarea ha quedado casi finalizada y cada noticia sobre restos entregados a familiares, fruto de las últimas exhumaciones adjudicadas días antes de mi salida, me recuerdan más, si cabe, que mereció la pena.
Abrir las fosas y exhumar los restos de aquellos que fueron asesinados por defender la democracia para entregarlos a sus seres queridos y cumplir así con sus deseos también es un acto de justicia. Un acto de justicia negado durante décadas a las víctimas y a sus familiares por algunos de los que el lunes no tuvieron reparos en hacerse fotos. Alguno habrá ido, entre otras cosas, porque es más fácil visitar El Campello que los pueblos afectados por la DANA como el mío.
Rafael Altamira hoy descansa junto a los suyos en el lugar al que siempre quiso volver, en un país del que tuvo que salir porque representaba todo contra lo que él había luchado.
Si nadie le ha negado lo que era de justicia ha sido porque sus valores, su reconocimiento y sus acciones fueron de tales dimensiones que saltaron ampliamente nuestras fronteras. Fue una figura prestigiosa a nivel internacional, había quien consideraba, incluso, que era el intelectual español más completo de su tiempo. Por ello, tal y como señala José María Portillo, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, “nunca dejó de ser un referente a pesar de que el régimen franquista lo intentó desde el primer momento”, porque como ya he señalado él representaba todo lo que el franquismo quería destruir. Durante décadas, figuras como Altamira, que representaban el progreso intelectual y los valores democráticos, fueron condenadas al olvido o, lo que es peor, falseadas por la narrativa oficial del régimen franquista. Algo que en la actualidad también han intentado hacer los de Vox llegando a negar su exilio por republicano o lo que es todavía más esperpéntico afirmando que Altamira en la actualidad votaría a Vox.
Humanista y republicano, fue un gran defensor de la educación y de la paz, llegando a ser dos veces candidato al Premio Novel de la Paz. El entendimiento entre pueblos ocupó una buena parte de su trabajo y estudio. Consideraba las guerras como un fracaso de la civilización.
No puedo evitar pensar que nos diría Altamira si pudiera observar el mundo actual marcado por la polarización y los conflictos. Qué le parecería que los herederos políticos del régimen franquista ocupen asientos no solo en los parlamentos sino también en los gobiernos. Si pudiera ver a la ultraderecha europea congregada en Madrid orgullosos de su visión regresiva, xenófoba, homófoba y patriarcal que atenta contra los avances conseguidos por la democracia actual. Qué escribiría sobre los discursos que desprecian los Derechos Humanos y además lo hacen desde la soberbia y el atrevimiento que produce la ignorancia, la maldad o el egoísmo.
No podemos saberlo a ciencia cierta y además sería una falta de respeto emitir certezas sobre las acciones presentes de alguien que ya no está. Ahora bien, se puede intuir que cualquier persona buena, inteligente, pacifista que hubiera dedicado buena parte de su vida a la importancia de la educación, el derecho y la convivencia entre pueblos estaría bastante decepcionada y preocupada ante los inminentes peligros que suponen para la humanidad estos discursos y sobre todo la suma de adeptos.
Si se hubieran difundido como corresponde la obra y valores de Rafael Altamira y la de tantos otros intelectuales silenciados, o incluso asesinados, el mundo y este país serían mucho mejor y no estaríamos ante una grave amenaza a la democracia que nos retrotrae, desgraciadamente, a lo vivido hace casi un siglo. Difundir su obra y su legado es el mayor homenaje a Altamira.
Mas allá del homenaje plagado de cargos públicos (algunos en las antípodas humanas del homenajeado) merecido por su relevancia, su obra y sus enseñanzas, el mejor homenaje posible es seguir trabajando por todos los valores por los que un día se tuvo que exiliar.