J. Testi Tajada es un agente artístico afincado en Alicante que lucha por dar voz a dos géneros musicales infravalorados en España

eventos culturales y empresariales / Autoría: Lidia Díaz Navarro
Por Lidia Díaz Navarro
Durante más de cuatro décadas, J. Testi Tajada (Puerto de Sagunto, 1956) ha dedicado su vida a dos vertientes de la música tan poderosas como ignoradas entre los españoles: el jazz y el blues. Promotor artístico incansable, ha sido el responsable de traer a España a gigantes como Lou Donaldson, Buddy Guy, Johnny Copeland, BB King, Ray Charles o Ike Turner. Ha pisado grandes escenarios en emblemáticas ciudades del espectáculo, como Nueva York o Chicago, pero también ha hecho del compromiso con la escena local una seña de identidad, acercando la música que promueve a regiones más pequeñas —especialmente en la provincia de Alicante, donde reside actualmente— y llevando propuestas artísticas a espacios habitualmente olvidados. Con una vida marcada por la pasión, la resiliencia y la defensa de una cultura que corre el riesgo de extinguirse en silencio, Testi reivindica el lugar que merecen el jazz y el blues en la memoria colectiva.
P: ¿Cómo nació en usted la vocación de ser promotor?
R: Fue puro amor por la música. Corría el año 1982. Yo tenía 26 años y trabajaba en una librería. Por aquel entonces, fui a un concierto en un club emblemático de Valencia, el Perdido Club de Jazz. Tocaba Lou Bennett, un organista estadounidense, junto a dos músicos de la zona: el batería Paco Aranda y el guitarrista Carlos Gonzálbez. Aquello me impactó profundamente. Nunca había visto jazz en directo. Al acabar, me acerqué a los músicos y me dijeron: «Si te ha gustado tanto, ¿por qué no nos buscas actuaciones?». Y ahí empezó todo. Al año siguiente ya estaba organizando mi primer concierto a pecho
descubierto.
P: ¿Cómo fueron sus inicios en el jazz y qué le empujó a abrirse camino en el blues?
R: El principio de mi carrera como promotor musical surgió exclusivamente de la mano del jazz, y fue un desastre económico. Empecé en salas de Puerto de Sagunto, principalmente como contratista de músicos, publicitario y coordinador de la producción. Pero apenas acudía público. El panorama era bastante desalentador porque el jazz no era una música popular en España. De hecho, en Sagunto no se había hecho ningún concierto de ese género hasta entonces. Fui aguantando como pude y expandiéndome a otras zonas de la provincia hasta que en el 84 me estabilicé: empecé a colaborar con ayuntamientos que me cubrían una parte de los gastos. Incluso llegué a trabajar con la Conselleria de Cultura de la época. Al ver que mi situación mejoraba, en el 86 decidí dar un paso más allá y empezar a promocionar blues, un estilo de música que también me fascinaba y que en España estaba aún menos explorado que el jazz. Y lo hice por todo lo alto: ese mismo año traje a Johnny Copeland, una leyenda del género.
«Los profesionales de mi gremio somos el puente entre la música y el mundo. Y, en géneros minoritarios, somos casi los últimos guardianes»
P: ¿Cuáles han sido los momentos más icónicos de su carrera?
R: Ha habido muchos, pero si tuviera que destacar uno especialmente significativo, sería en 1998, cuando puse en marcha el Festival de Jazz de Alicante. Ya llevaba 6 años viviendo en El Campello. Me había mudado a un apartamento frente al mar porque quería retirarme de la frenética vida de Valencia. Yo fui el primero que incluyó en toda la provincia un evento de este tipo, que debutó con BB King en la Plaza de Toros. Fue un hito. El espectáculo lo organicé con el apoyo del área de Cultura de la Diputación, y asistieron 14.000 personas. Yo mismo tuve el honor de presentar el concierto. Estar frente a tanta gente fue muy estimulante: me impuso tanto como me conmovió. Al año siguiente, el festival continuó con fuerza y logramos traer a Ray Charles, otra leyenda absoluta. Esa es una de las anécdotas que guardo con más cariño. Otro recuerdo memorable fue en la década de los 2000, cuando organicé una gira por España con Ike Turner, el marido de la emblemática Tina Turner. Fue la única vez que actuó en el país. Momentos como estos han sido cimas muy especiales dentro de mi trayectoria.
P: ¿Qué papel cree que juega el promotor artístico en la difusión de los géneros musicales en los que se ha especializado?
R: Es absolutamente fundamental. Yo siempre digo que el jazz y el blues tienen una llama muy cálida y acogedora, pero también muy tímida. En España, no son géneros que hagan mucho ruido por sí solos, como el pop, el rock o el reguetón, que la gente escucha en masas. La música que promociono siempre ha triunfado en grupos más selectos; necesita a alguien que la cuide, la entienda y la ponga frente al público adecuado. Ahí entramos los profesionales de mi gremio, que somos quienes mantienen viva la cultura y la tradición. Sin promotores, ese fuego se apagaría con nosotros. Somos el puente entre la música y el mundo. Y, en géneros minoritarios, como el jazz y el blues, somos casi los últimos guardianes. No lo digo como una metáfora grandilocuente, sino como una realidad. Si nadie programa un concierto de esas temáticas, esa música deja de sonar. Si deja de sonar, nadie la escucha. Si nadie la escucha, nadie la conoce. Y si nadie la conoce, a nadie le gusta. Es un círculo simple pero devastador.
«Estoy convencido de que la falta de aceptación que hay en España hacia el jazz y el blues se debe, sobre todo, a que no se les da la visibilidad suficiente»
P: ¿Qué simboliza para usted la música?
R: No sabría cómo explicar con palabras un sentimiento tan abstracto, pero el jazz hizo que algo se me removiera por dentro desde que vi mi primer concierto en directo. Eso condicionó el transcurso de mi vida. El blues, por otro lado, fue un sentimiento que se afianzó en mí como una evolución natural desde que me inicié en este mundo. Con el tiempo, he desarrollado una relación muy especial con ambos géneros, aunque me considero un amante de la música en su conjunto. Escucho rock, heavy, música clásica… He tenido la suerte de convertir mi pasión en una forma de vida. Con esta pregunta se me viene a la mente un recuerdo muy especial: en 1986 hice mi primer viaje de negocios a Estados Unidos, donde Lou Donaldson —un popular saxofonista a quien ya había conocido anteriormente por temas de trabajo— me recogió en el aeropuerto y me acogió en su casa del Bronx. Dormí en la habitación de su hija, que se había mudado a Florida. Desde entonces, cada vez que iba a Nueva York me quedaba con él. Fue una relación muy íntima y entrañable. Para mí, eso es la música: cercanía, emoción, humanidad y vida.
P: ¿Cómo ha evolucionado la escena del jazz y el blues en España desde sus inicios en el mundo del espectáculo?
R: Ha habido un aumento notable de festivales, conciertos y músicos en el ámbito del jazz. Este género ha logrado mantenerse con cierta solidez porque se percibe como algo más académico, casi como la música clásica de nuestro tiempo. El blues, en cambio, ha tenido un recorrido más complicado. Es una música más visceral y menos institucional; probablemente por eso ha recibido menos apoyo político y cultural. A esto se le suma la falta de relevo generacional, lo que inevitablemente ha ocasionado en una clara disminución de festivales dedicados a la temática. El jazz, por su parte, tampoco ha conseguido conectar con los más jóvenes. Es verdad que antes existía un mayor interés hacia ambos géneros, pero lo cierto es que, en España, siempre han sido nichos minoritarios. Nunca hemos estado ni remotamente cerca de la popularidad que alcanzan en Estados Unidos, donde se celebran festivales espectaculares en grandes ciudades como Nueva York o Chicago.
P: ¿Por qué piensa que los géneros con los que trabaja tienen baja aprobación entre los españoles?
R: Por experiencia, estoy convencido de que la falta de aceptación que hay en España hacia el jazz y el blues se debe, sobre todo, a que no se les da la visibilidad suficiente. Mucha gente ni siquiera sabe realmente qué son. Es música con muchísimas variantes que no se puede encasillar fácilmente. El problema es que, si alguien escucha una canción que no le gusta, tiende a rechazar automáticamente a todo el género. Estoy seguro de que a muchas personas les encantaría, por ejemplo, el swing de la época de Duke Ellington, que es una forma de jazz bastante accesible. Otra cosa es que no conecten con estilos más complejos, como el free jazz. Pero, sinceramente, ¿de verdad hay tanta gente a la que no le gusta el jazz? No me lo creo. Lo que pasa es que, simplemente, no lo conocen. Y con el blues ocurre exactamente lo mismo. De hecho, la mayoría de las personas ajenas a estos géneros que han venido a alguno de mis conciertos suelen salir gratamente sorprendidas. No puedes saber si algo te gusta si no te das la oportunidad de descubrirlo. El consejo que suelo dar, sobre todo a los jóvenes, es que no se limiten a la música que escuchan por ahí, ya sea en la radio del coche o en una fiesta, por ejemplo. Que exploren y descubran por sí mismos la riqueza que ofrece el panorama musical.