
El Campello se cansó de esperar. El pasado viernes tarde, más de doscientas personas se concentraron en el Paseo Marítimo para denunciar lo que consideran «la crónica de un abandono anunciado». No fue una protesta menor, ni una rabieta puntual: fue la unión de voces que habitualmente caminan por sendas distintas y que, sin embargo, decidieron alzarse juntas bajo un lema incontestable: “Nos sobran los motivos”.
Convocadas por la Plataforma Ciudadana del mismo nombre, en la que confluyeron AMEC, ACLIMATE, APAC, Whitina’s Cat, Gatos en la Costa, Volgants, Asociación Vecinal Campellera, Ecoxarxa y Plataforma Violeta, las asociaciones leyeron una larga lista de reivindicaciones que, más allá de sus matices, coinciden en un mismo diagnóstico: «el municipio está sumido en la desidia institucional, víctima de un equipo de gobierno incapaz de gestionar lo esencial».
Comentan que «la ciudadanía paga tasas de residuos y limpieza urbana que no se corresponden con el estado de las calles, solares y entornos naturales, plagados de basura y escombros. Se anuncian proyectos que nunca llegan, como la piscina municipal y el complejo deportivo terminados en 2017 y cerrados desde entonces, convertidos en un monumento al absurdo. Se acumulan sentencias millonarias contra el Ayuntamiento por su nefasta gestión urbanística, mientras los vertidos fecales siguen contaminando la costa sin que nadie asuma responsabilidades».
A ello se suman heridas abiertas que definen una forma de gobernar: el vertedero de Les Canyades, nacido de la ilegalidad y que hoy envenena a los vecinos cercanos con emisiones constantes; el patrimonio cultural reducido a escombros, con el fortín ibérico destruido, Villa Marco en ruina y la torre de Reixes en peligro; los mayores sin un centro de día ni un casal que les ofrezca autonomía y vida comunitaria; el comercio local sin planes reales que lo protejan de la estacionalidad; la movilidad urbana atascada entre barreras arquitectónicas y la falta de un carril bici seguro; la igualdad y los servicios sociales reducidos a discursos vacíos.
Y mientras tanto, el Ayuntamiento engorda un superávit de más de 59 millones de euros, al tiempo que sube impuestos sin justificación: ICIO, vehículos, plusvalías… más cargas para una población que no ve retorno en servicios ni en infraestructuras. Un pueblo con dinero en la caja, pero sin gestión. Con recursos, pero sin rumbo.
La concentración marca un punto de inflexión. Por primera vez en mucho tiempo, el tejido asociativo campellero se unificó en una voz común. Ese solo hecho es ya un logro. Pero no basta con salir a la calle una tarde: la gravedad de lo que se denuncia exige constancia, firmeza y un compromiso ciudadano que trascienda siglas y colores políticos.
Porque lo que se juega El Campello no es una lista de quejas sectoriales, sino el modelo de pueblo en el que quiere vivir. No se trata solo de turismo —importante, sí, para la economía local—, sino de garantizar que quienes habitan aquí los doce meses del año puedan hacerlo con dignidad, con servicios básicos, con un entorno limpio, seguro y saludable, con un patrimonio respetado y un Ayuntamiento que gobierne para todos, no para unos pocos.
El equipo de gobierno ha optado por anestesiar a la sociedad con golpes de efecto, promesas incumplidas y desprecio hacia las demandas ciudadanas. La protesta de ayer fue, precisamente, el despertar frente a esa anestesia. Fue la constatación de que la paciencia tiene un límite y de que la democracia no se ejerce únicamente en las urnas, sino en la exigencia diaria de rendición de cuentas.
Nos sobran los motivos, sí. Sobran para decir basta a la incompetencia y a la desidia. Sobran para reclamar respeto, futuro y dignidad. Ayer El Campello lo gritó en voz alta: la ciudadanía ha despertado y ya no se resigna al abandono.