Tribuna de Begoña Monllor Arellano y Raquel Rodríguez Llorca, militantes de EU Raspeig
Hace apenas una semana era el Día Internacional de las Personas Cuidadoras, en su mayoría mujeres.
Las mujeres cada vez son madres más tarde, vivimos más años y trabajamos más fuera del hogar. Pero en medio de ese progreso se esconde una carga invisible: las mujeres de entre 40 y 60 años, cuidan a sus hijos, a sus padres y además mantienen su empleo. Lo hacen todo y casi siempre solas.

Según el Instituto Nacional de Estadística, la edad media de maternidad en nuestro país se sitúa ya en 32,6 años y el porcentaje de nacimientos de madres mayores de 40 no deja de crecer. Cuando esas mujeres llegan a los 50 tienen hijos e hijas aún dependientes y padres que requieren atención. Son mujeres atrapadas entre dos frentes de cuidados.
El 84% de las personas cuidadoras no profesionales son mujeres y el 70% compatibiliza ese cuidado con su empleo remunerado. En las residencias y centros de mayores el panorama es idéntico. Ocho de cada diez trabajadores son mujeres. Es decir las mujeres cuidamos en lo privado y en lo público, en sus casas y en sus trabajos.
En Sant Vicent del Raspeig el envejecimiento de la población también n avanza y las familias hacen malabares para atender a los mayores, la tramitación de la Dependencia es larga y tarda mucho en llegar. Mientras son ellas, la mayoría mujeres, las que andan de papel en papel, cuidando al mismo tiempo.
La situación plantea una pregunta urgente: ¿quién cuidará a las cuidadoras? Si no empezamos a repensar el modelo, el colapso será inevitable.
La ley de Dependencia garantizaba una ayuda , es un derecho , pero si así fuera dotaríamos de más recursos para agilizar un trámite que en algunos caso se atrasa más de dos años.
Necesitamos nuevos espacios, incluso un cambio de enfoque, centros de día, espacios seguros pero sobre todo necesitamos una verdadera posibilidad de conciliación. Los menores existen y los mayores también. Tanto uno como otros deben ser atendidos como se merecen.
El cuidado no puede ser invisible ni femenino. Debe ser una responsabilidad compartida del Estado, empresas y hombres. Si seguimos construyendo una sociedad sobre el cansancio de las mujeres no podremos hablar de verdadero progreso.