Ser, estar y parecer: la gramática política de la democracia.

           

Ángel Sánchez

En español, los verbos ser, estar y parecer se conocen como verbos copulativos. No significan gran cosa por sí mismos: necesitan un atributo que les dé sentido. Un sujeto solo es, está o parece algo cuando alguien (el hablante) completa la frase. Sin esa participación activa, la oración queda incompleta. La democracia funciona exactamente igual.

            Lo habitual es tratar a los partidos políticos como si fueran sujetos autosuficientes, capaces de ser, estar y parecer sin que la ciudadanía intervenga. Se les exige que representen, que decidan, que resuelvan, mientras una parte creciente de la sociedad se limita a votar (cuando vota) y a delegar. Después, cuando las decisiones no coinciden con nuestras expectativas, concluimos que “los partidos no sirven”, que “la política no representa”, que “la democracia ha fallado”.

            Pero quizá lo que ha fallado es la concepción misma que hemos construido de democracia: un modelo “cajero automático” en el que uno acude cada cuatro años, introduce su papeleta y espera que el sistema funcione sin más intervención. Ese modelo, cómodo pero infantilizador, ha demostrado sus límites. La democracia no es un servicio; es una responsabilidad compartida.

            Los partidos son organizaciones ciudadanas antes que instituciones del Estado. Están en la vida cotidiana porque se nutren de ella: de quienes se afilian, participan, discuten, discrepan, fiscalizan y empujan. Y parecen más o menos representativos según el grado de implicación que la sociedad mantiene con ellos. Cuando la delegación es absoluta (externa e interna), las decisiones que se toman pueden resultarnos ajenas, incluso injustas. Pero si dejamos a otros la capacidad de decidir, estamos renunciando a la mitad del significado de la palabra democracia.

            La democratización de los partidos no depende únicamente de sus direcciones, aunque estas tengan responsabilidades evidentes. Depende, sobre todo, de los miles de ciudadanos que participan en ellos, de quienes asumen que militar no es solo estar o parecer, sino ser: comprometerse con un proyecto, discutirlo, transformarlo y hacerlo permeable a la sociedad que pretende representar.

            La paradoja es que, cuanto más se parecen los partidos a la sociedad real (con sus contradicciones, diversidad y tensiones), más eficaces resultan. Y ese parecido no se logra desde fuera, exigiendo pureza o distancia, sino desde dentro, participando. La democracia no se completa sin su atributo: la ciudadanía activa.

            En gramática, una oración copulativa sin atributo es una frase vacía. En política, una democracia sin participación es exactamente lo mismo: una estructura incompleta que otros rellenarán en nuestro nombre. La cuestión es si queremos que la frase que define nuestro futuro la escriban otros o si preferimos escribirla nosotros.

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