Los que levantaron este pueblo también fueron migrantes

Tribuna de opinión de Miguel Ibáñez Pastor. Militante EU Raspeig. Responsable Área del Mayor

No paro de escandalizarme, por no decir irritarme, al comprobar la cantidad de comentarios reaccionarios que se vierten en las publicaciones sobre la intención de presentar mociones, incluso denuncias ante la Fiscalía por delitos de odio, a raíz de las declaraciones de la concejala de Vox, Yolanda Iborra, realizadas en redes sociales durante su visita a la concentración del pasado mes en Torrepacheco. Dicha concentración terminó con actos de vandalismo y originó unos desmanes xenófobos, con agresiones a un menor por su aspecto, e incluso se inició una cacería racista por parte de un grupo de ultraderecha.
Buscando en el baúl de mis recuerdos, encuentro coincidencias y situaciones que creía superadas, pero que son difíciles de enterrar en el olvido. Nací hace 77 años en San Vicente, «soc fill del poble», lo cual me llena de orgullo, pero no por ello me siento superior ni diferente a quien no haya nacido aquí. En ese año, 1948, San Vicente contaba con una población de 5.630 almas, gente humilde y trabajadora en su mayoría. La gran mayoría era valencianoparlante y sentía un fuerte apego por nuestra cultura y costumbres, a pesar de los vetos y restricciones durante la dictadura. Eran tiempos de privaciones, necesidad y remiendos en el culo del pantalón (cul apeasat). Las familias salían adelante como podían: los hombres trabajando en talleres, fábrica de cemento, cerámicas, en la albañilería o donde surgiera; las mujeres, en casa cosiendo o recortando ruedas de juguetes que traían de Ibi; las muchachas bordando con la máquina comprada a plazos; y los niños, a los doce años, trabajando en fábricas de muebles para intentar aprender un oficio a base de collejas.

Se salió adelante con mucho esfuerzo y trabajo, y poco a poco la vida fue mejorando. Llegaron los inicios del turismo, lo que motivó el desarrollo de una industria inmobiliaria y de hostelería que prometía buenas perspectivas. Esto provocó un efecto llamada a personas de regiones colindantes, principalmente de La Mancha y Andalucía. Durante las décadas de los 60 y 70 fueron miles las familias que se establecieron en nuestro pueblo, huyendo de una situación de precariedad extrema y con la ilusión de encontrar un lugar donde pudieran ofrecer a sus hijos un futuro y tener ellos un presente.

Tal fue la avalancha que, en 1970, la población se triplicó, llegando a los 16.518 vecinos. Se les acogió con cierto recelo, no faltaron comentarios —hoy tan en boga— como: «nos vienen a quitar el trabajo», «se van a comer nuestro pan». Incluso se les llegó a bautizar como «coreanos». Pero con su laboriosidad, humildad y honradez se logró una convivencia total.

En 1981, San Vicente llegó a los 23.569 vecinos; 37.883 en el año 2000; y alcanzó los 60.269 en 2024. No quiero decir con ello que todo este incremento se deba exclusivamente a la inmigración interior, pero sí fue su inicio. Detallo toda esta cronología de datos para recordar el origen de los ancestros de los sanvicenteros: de origen humilde y clase obrera. Había conciencia de clase. Éramos un pueblo con aspiraciones de progreso y avance social.

Llegaron las libertades y la democracia con el esfuerzo de todos, y se consiguió votar por primera vez para la gran mayoría. El pueblo se manifestó en las urnas como progresista y de izquierdas. Seguíamos teniendo presente nuestro sangriento pasado bajo la dictadura franquista, y así lo reflejaron los resultados electorales.

¿Qué está pasando ahora? Se ha perdido la conciencia de clase trabajadora. Cualquier mileurista se considera clase media. Se desprecia nuestra lengua y cultura, como ha quedado demostrado en la consulta sobre la enseñanza en valenciano, impulsada por el insigne señor Rovira. Se está alentando la xenofobia y el racismo desde una extrema derecha que estaba agazapada, pero que siempre ha estado ahí, con la anuencia de quienes se autodenominan «de centro», como si se avergonzaran de ser de derechas.

¿Cómo es posible que se renuncie a nuestro origen y pasado? ¿Cómo es posible que se rechace a quienes vienen buscando, para sus hijos y para ellos mismos, vivir en una sociedad de bienestar, con tres comidas al día y un techo bajo el que dormir, tal como hicieron vuestros abuelos?
Claro, dirán algunos: «nuestros abuelos eran españoles», como si las causas y los motivos que tuvieron ellos no fueran los mismos que los de los migrantes actuales. Si tan orgullosos estáis de que vuestros ancestros eran españoles, ¿por qué votáis a quienes representan y añoran a los culpables de que tuvieran que huir de sus pueblos, escapando de señoritos y caciques?
¿Cómo se puede ser tan lerdo para creer los mensajes demagogos y manipulados que culpan a los refugiados de todos los delitos, cuando el informe de la UE detalla que España es el país más seguro de Europa? ¿Cómo se puede estar tan desinformado como para creerse que van a arruinar al país con tanta ayuda, cuando aportan a las arcas del Estado más de seis puntos por encima de lo que cuestan?
Jóvenes: si el día de mañana cobráis pensión, será gracias a las cotizaciones de los extranjeros. Se han acabado las ansias de progreso y se estimula la regresión. Caéis en la trampa del mensaje fascista que desacredita a la clase política en general, para generar desafección y promover la abstención en las elecciones. Ellos sí votan todos.

Infórmate y saca tus propias conclusiones. Que no piensen por ti. No pretendo arengar a nadie; solo intento despertar conciencias dormidas, que nos pueden llevar a olvidar y renunciar a nuestro pasado. Y una persona que renuncia a su pasado es alguien que se avergüenza de él y de sus raíces.

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