EL ÁRBOL TORCIDO

Pascual Andrés Tévar

En esta vida, lo que decía el filósofo, y aunque no soy de los que practican religión alguna, lo
de “dios escribe con renglones torcidos” se cumple, de una u otra forma, y voy más allá, para
mí no es un privilegio, ni un castigo, es un honor, y ahora me explico.

El hecho de tener, vivir, y compartir el hecho de la enfermedad mental de mi hija, me ha hecho,
o mejor dicho, me ha dado la oportunidad de enfrentarme a la vida desde hace más de 33 años,
desde que era una niña de 12 años, a ese reto, primero desconocido, que te cambia la vida, y
luego a largo, e interminable camino de adaptación, en el que nunca estás seguro de nada. Pero,
que por otra parte, al menos en mi caso personal, me hace estar siempre alerta, y atento y
predispuesto para aprender algo nuevo cada día, para intentar ayudarla.
A lo largo de los años, he escrito, en distintos artículos, sentimientos y visiones personales de
este mundo de la enfermedad mental, sin pretender nunca, dar lecciones a nadie, ni hacerme
protagonista de nada. Sino, simplemente, trasladar, mis humildes pensamientos, en un mundo
tan complejo, y muchas veces, mal entendido, por la sociedad en la que vivimos.
En el artículo actual, quiero enfocarlo a través de un hecho puntual y concreto, que de alguna
forma, resume, sin pretensiones fuera de contexto, lo que es el mundo de la enfermedad
mental. Mi hija, vive, con 44 años, desde hace varios años, en un piso tutelado, de la asociación
ADIEM, en el cual convive con compañeras y compañeros, enfermos mentales, como ella. Pues
bien, hace meses, se le propuso un objetivo, que tuvimos que firmar por mi parte, por el
psicólogo de la asociación, y por mi parte, para tratar de que se comprometiera, y se
mentalizara, para intentar acabar con el consumo de la cafeína, porque tomar café, en
cualquiera de sus formas, le provoca, graves crisis de ansiedad, y otras manifestaciones de la
enfermedad, tanto personal, como de convivencia y en consecuencia , no le dan ni un euro, para
que no tenga tentación de acudir al bar , y tomarlo en cualquiera de sus formas.
Pues bien, a pesar de todas la concienciación, y de todos los controles, para tratar de prevenir.
Den enviarle mensajes cada día desde el amanecer, hace unos días, salió de la sede, con la excusa
de dar un paseo porque estaba adormilada, y se tomó un café, en un bar cerca de la sede, y lo
dejó a deber. Y como no sabía cómo contármelo, me pidió que le diera dos euros, para un gasto
de un refresco en la máquina de la sede. Y atando cabos, después de una crisis más en la vivienda
tutelada con la monitora y los compañeros y compañeras, empecé, como dice la policía, a atar
cabos, de donde había partido la crisis, y llegué a la conclusión que la deuda de los dos euros,
era por el café a escondidas.
Ese detalle, llega a reflejar, el difícil, y casi inexplicable mundo, que intento entender cada día. Y
aunque no hay que buscarle lógica, ni explicaciones razonables, me planteo, como padre, como
amigo, la forma de vivir y compartir, la vida con ella, en todas sus dimensiones, y tener
argumentos que me motiven y me ayuden, sin trasladarle ni una milésima de desánimo.
De alguna forma, el largo camino de convivencia con la enfermedad de mi hija, me ha curtido,
en saber sufrir sus consecuencias, y de esa forma, no dejar que la angustia, y el desasosiego, se
apodere de mi vida, y de mis sentimientos. De alguna manera, me ha hecho más resistente a los
envites en sus distintas manifestaciones, partiendo, primero, en que la larga lucha, me ha hecho
estar un poco más preparado, y después de haber sido capaz, de aprender técnicas para
combatirlos. Eso sí, las secuelas, hay que saber aceptarlas, y sacar conclusiones positivas, que
no te lastren del todo la forma de pensar y de vivir, es decir que sigas con la moral suficiente,
para continuar el camino.

En consecuencia, la convivencia con esta enfermedad, me ha enseñado, a mi manera, a ser un
poco psicólogo. Y como no es solución gritar más fuerte, ni la violencia en cualquiera de sus
manifestaciones, para que se sepa quién manda. Trato, de buscar, con la serenidad trabajada, a
veces ni se cómo, de dar la vuelta, y buscar el consejo oportuno, envuelto en palabras serenas,
buscando el momento oportuno, aunque me cueste muchos intentos. Y aunque me puede
mandar a la mierda, de una u otra forma, y por medio de mensajes al móvil. Cuando consigo,
una respuesta comprensiva, me siento liberado, y privilegiado, y de alguna forma
recompensado, aunque no sé cuánto tiempo puede durar. Aunque, es cierto, que estos
episodios, son puntuales, pero no sabes, cuando van a llegar.
Es cierto, por otra parte, que la vida en el piso tutelado, y en la sede, están muy bien organizadas,
controlada y enfocada, a una convivencia sana y saludable, por un buen equipo de monitoras,
monitores, psicólogos y trabajadores de ADIEM, y bien atendida en la alimentación, y sobre todo
en la medicación, y con actividades diarias en el piso tutelado, y en la sede, que ocupan y motiva
su vida, y sus relaciones sociales. Y por otra parte, en el control de su psiquiatra, que le hace un
seguimiento, para prevenir, y sobre todo controlar, la normal convivencia de cada día en todos
los aspectos.
Pero, como todo en la vida, estamos cada día, a convivir con la enfermedad mental, y tenemos
las técnicas y las precauciones, para intentar que no nos coja desprevenidos. Y por otra parte,
soy consciente, que tengo la recompensa impagable, de su sonrisa y de su risa, y de que cada fin
de semana, pasamos momentos impagables, que me hacen sentirme el mejor padre del mundo,
y que encima me lo dice en los mensajes y los emoticonos. Y con ello, se vencen todas las
tempestades, por fuerte, inesperadas, y duras que sean.
Así que, como encabezaba este artículo, el ARBOL TORCIDO, tiene sentido, porque, talvez, mi
hija, busca la luz, y el sentido verdadero de la vida, de otra forma, fuera de todas las lógicas, y
no es posible esperar que sea recto, pero le da sentido a su vida, y a la mía, y es feliz a su manera,
y me la transmite a su manera, y todo ello, bajo la increíble luz mediterránea.

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