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COMERCIO DE SAN VICENTE

CULTURA San Vicente del Raspeig

MANUEL CREMADES PÉREZ, MANUEL CREMADES TORREGROSA Y ANTONIO MOLTÓ PERAL

Texto de José R. Carbonell Beviá. (Mestre d’Escola) en su sección SAN VICENTE, SU MÚSICA Y SUS MÚSICOS EN MI RECUERDO

No es nada nuevo el reconocimiento de que el municipio de San Vicente del Raspeig ha sido y sigue siendo cuna de excelentes músicos en varias cuerdas y especialidades. Que se sepa, en muy contadas ocasiones se ha hecho mención alguna sobre un instrumento musical que aun no formando parte, de ninguna banda de música u orquesta ha tenido y tiene su importancia, su relevancia en la participación activa, presencial en nuestras fiestas, en nuestro autóctono folklore. Se trata, pues, de la dulzaina y el tabal o tambor. En los orígenes de su presencia por estos lares era un tambor o caja idéntica a la que utilizaba el músico percusionista en la banda de música cuando se callejeaba, se desfilaba por la calle. Se trataba, pues, de “un dolçainer” con su dolçaina y un “tabalater” que con su “tabal” le servía de acompañamiento. Bien es verdad que en otras poblaciones el grupo era más numeroso pero normalmente con miembros de la misma familia como es el caso de la familia Boronat de Callosa d’En Sarrià y algún contado grupo de Alcoy, Petrel y poco más.

Aquí, en nuestra población, allá por el periodo de tiempo entre las décadas de los cincuenta y sesenta, del pasado siglo, tuvimos la fortuna de contar con la pareja formada por Manuel Cremades Pérez (padre, 1912) y Manuel Cremades Torregrosa (hijo, 1933). El primero con la dulzaina y el segundo con el tambor o caja. Paseaban, callejeaban las pocas calles que por aquel entonces existían en nuestro municipio tocando o bien solos, haciendo lo que se decía “un pasacalle o una diana” o bien acompañando a algún grupo de danza con lo que eran recompensados con el aplauso entusiasta de cuantos les escuchaban. También solían acompañar a los “cabezudos” o “nanos i gegants” con lo que provocaban el jolgorio y la alegría entre el público infantil. En verdad, la formación musical con que contaban era muy escasa o prácticamente nula. Todo se aprendía por medio de la repetición y más repetición, es decir, todo de oído, con el apoyo de su destreza con el instrumento. Pero, realmente, esto no importaba demasiado. Lo realmente significativo era que había Música en la calle y con ello, fiesta, alegría y consecuentemente la atracción de un grupo de niños que les seguíamos. Sus emolumentos eran muy poco sustanciosos, pues en verdad, la cosa no daba para mucho, si bien eran invitados por los bares o por algunos agradecidos vecinos, allá por donde discurría su recorrido. También he de decir que tocar la dulzaina debidamente no es nada fácil. Ocurre como con el canto, es el oído del intérprete el que ha de guiar la afinación de toda la interpretación. Se toca (o se canta) con el oído.

También se ha de hacer mención a otro sanvicentero ligado a este menester pero en esta ocasión solamente con la caja o tambor. Se trata de Antonio Moltó Peral. Nace en nuestro San Vicente el 21 de marzo de 1895. Hermano de Pepita Moltó Peral, ilustre sanvicentera de la que ya hemos dado cuenta en escritos anteriores. He de decir que tenía bastante destreza con el instrumento y, en ocasiones, solía acompañar a Luis Ibáñez “el Campexano” u a otros dolçainers venidos de diferentes puntos de nuestra provincia. Totalmente, autodidacta. Era el alguacil del Ayuntamiento y su gran afición eran los toros. Llegó a torear en la Plaza de Toros de Alicante. Todo “un personaje”.

Falleció el 13 de enero de 1975.

Y no me queda ya más que agradecerles su colaboración musical en tiempos en los que la música, en ocasiones, se utilizaba como reclamo de atención para convocar a los sanvicenteros/as en torno a un evento festivo de cierta trascendencia. Recuerdo, perfectamente, haber corrido tras ellos por las calles de nuestro San Vicente participando de la alegría festera que trasmitían con sus pasacalles.

Muchísimas gracias, insignes sanvicenteros.

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