Pascual Andrés Tevar

Allá por un 20 de septiembre de 1950 vine a este mundo en mi querida y añorada YECLA, que es como el primer amor, que jamás puede olvidarse, porque más allá de la memoria, queda de alguna forma incrustado en los genes, que están siempre vivos y despiertos.
Ese niño, convertido en chiquillo, como nos identificábamos en mi querida YECLA, se crio, en medio de las dificultades de los años de la posguerra, conducido por unos padres luchadores Blas y Teresa, que le inculcaban, que luchar, sufrir, y superarse, era el único camino válido. Y vaya, que me lo aprendí, porque tenía claro, que era la norma de supervivencia. Y porque el ejemplo, de unos padres, que la cultura del trabajo, del esfuerzo, y del sufrimiento, eran norma de vida. Y al final es su mejor y eterna herencia.
Ese chiquillo, a pesar de la escuela rígida, donde la disciplina, y las normas franquistas eran norma de vida, tenía claro, que para alejarse, de los castigos del maestro, tenía que estudiar, y tenía que demostrarlo cada día. Y los desahogos, y los cabreos, los buscaba de otra forma, como en los juegos en la calle, o en las pillerías rebuscadas.
Ese chiquillo sabía ser libre, jugando en la calle, en los recreos de la escuela. O en los ratos libres, con el tirachinas, y las subidas, por las montañas cercanas a la calle donde vivía, y en la misma calle. Y de vez en cuando , llegaba a mi casa, con heridas de guerra, que solo me preocupaba, que mi madre, no le contara nada a mi padre, porque entonces podía tener más consecuencias que la propia herida, con ese sarmiento verde, que también sabía utilizar sobre mis pantorrillas al aire libre.
Ese chiquillo sabía ser libre, jugando con su hermana pequeña Tere, y haciendo travesuras rebuscadas, como saltando por dentro, de una patio a otro, de otra casa, y dejando los equilibrios al descubierto. Pero claro, con esa agilidad a toda prueba, el miedo, no entraba en los planes, y divertirse era el único objetivo, hasta tal punto, por lo que me contaban mis padres, que daba miedo contarle por donde había estado en mis ratos libres.
Ese chiquillo, en los veranos largos en la calle La Morera, era capaz de reunir a los chiquillos y chiquillas de la calle, entre los siete y hasta casi los 12 años, a contarles historias, de películas que había visto en el cine, y de otras historias que me inventaba, y hasta escribía para que no se me olvidara. Y se hacía tarde, hasta el punto que los padres, tenían que reclamar la vuelta a casa, pero lo habíamos vivido como una aventura intensa.
Ese chiquillo, era capaz, de inventarse juegos, en las noches veraniegas, como uno que recuerdo, el del ”palito tieso”, consistía en poner un montoncito de tierra, y un palito de una rama de un árbol incrustado casi todo en el montoncito, asomando solo una punta. Y por turno del grupo de chiquillos y chiquillas, que estábamos reunidos, ir quitando poco a poco, un poco de tierra, ya que el que quitara, con el cuidado y delicadeza por delante, la parte de la tierra que sostenía el palito, y se le cayera, tenía que enseñarnos la chorra, o el chochete, según a quien le tocara, como lo identificábamos, y había que cumplirlo por compromiso, y por ser el final del juego. Luego las risas, y el cachondeo eran fuertes. Pero, sabíamos guardar el secreto a los padres, para que no hubiera malos rollos. Porque la diversión era todo un acontecimiento
Ese chiquillo, animado por la aventura, se fue o lo llevaron, al campo de futbol, en un día festivo, y con el rollo de la diversión, y el intenso calor veraniego, se bebió varios vasos de anís fresquito creyendo que era agua, hasta el punto que cogió una hermosa borrachera, y cuando lo dejaron en la calle donde vivía, iba de parte a parte, cantando, y acordándose de su padre y de su madre, y de toda su familia. Luego vino, la secuela de la borrachera, el castigo de palabras de la madre, y el sarmiento del padre. Pero la diversión había sido de película.
Ese chiquillo, se las tenía tiesas, con el padre, cuando en las noches silenciosas, ponía radio pirenaica, para escuchar consignas y mensajes del partido comunista, y mi madre le insistía que apagara la radio, que la Guardia Civil, podía pasar, y denunciarlo, y más consecuencias. Y por otra parte, discutía con él, de forma acalorada, porque estaba mentalizado, en la escuela, que el franquismo era lo mejor. Las discusiones acaloradas, se cerraban cuando me ordenaba, que me fuera a dormir, aunque me insistía que en el colegio me lavaban el cerebro. Pero, esa historia fue cambiando con el paso del tiempo, pero en esos tiempos era imposible que se diera un acuerdo.
Ese chiquillo, tenía bien inculcado lo que era el trabajo duro de sus padres, y ayudaba todo lo que podía, y le permitían. Y se tomaba muy en serio, no solo no tener problemas con el maestro, y sus castigos, sino en estudiar concienzudamente, para buscar su futuro, porque lo que vivía en casa eran dificultades, sufrimientos, pero se vivía dignamente, pero al mismo tiempo, veía, esfuerzo, trabajo, honradez, sacrificio, superación, y una luz de un nuevo futuro. Y para que tomara conciencia, mi padre me llevaba con él al campo, para recolección de aceitunas y de otras historias, para que tomara conciencia de lo duro del trabajo para sacar adelante la familia. Y vaya que se me quedó grabado para siempre.
Ese chiquillo quería de verdad a los abuelos Pascual y María, Antonio e Isabel, y siempre buscaba sus sabios consejos, y alguna reprimenda enriquecedora, y algunas pesetas, para escaparse al cine, que pedía, o que cogía de la mesa con un gran hule que las tapaba.Y algunos ratos inolvidables, de consejos, de regañinas, y, de cariños del alma. Y de algunas historias inolvidables contadas con paciencia, que le iluminaban el futuro. Y que ahora, en la distancia del tiempo me doy cuenta de la importancia inmensa que han tenido en su vida.
Ese chiquillo, ya llevaba en su interior, la luz del Madridismo, cuando coleccionaba las chapas, y los cromos, y me envalentonada en discusiones con otros chiquillos de jugadores como Alfredo Di Stéfano, ese jugador que decía que ningún jugador es más importante que todos juntos en equipo. Ya sentía, que esa pasión Madridista, había calado para siempre en mi pensamiento, en mi sentimiento, y en consecuencia en mi forma de ver y vivir y compartir la vida.
Así que en este episodio de mi vida, recordando a ese chiquillo de, antes de pasar al capítulo del salto al Instituto, quiero recordar y revivir, a ese chiquillo que llevo dentro siempre, y que alguna, manera, muchas veces, siempre, ha condicionado mi vida. Porque algo me sacude la mente, cuando estoy perdido, y me ilumina su inmensa fortaleza física y mental, para darme un buen empujón para seguir adelante, recuperando la ilusión a trompicones, ayudado con la influencia de la increíble luz mediterránea.