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El confinamiento de la mente distraída

Pascual Andrés Tévar nos envía una nueva reflexión

La pandemia del covid-19 que en este 2020 nos ha puesto a prueba a todas y todos, y nos ha obligado, con mejor o peor suerte a intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, en una mezcla incomprensible a la lógica de dudas y miedos, y otras circunstancias existenciales, y me ha hecho en mi caso, como a cada cual en el suyo, a vivirlo y sufrirlo a mi manera.

Pero he añadido en ese coctel absurdo y cruel, tener que estar cerca de mi entrañable hija del alma, que ha sumado el tobogán de las idas y venidas de su enfermedad mental, y que quizás ella, después de más de 28 años, sabe adaptarse mejor que yo , en todas las consecuencias.

Si la enfermedad mental es un desafío incomprensible, el vivirlo encerrada en un piso tutelado, es más duro y cruel. Pero ADIEM, como otras asociaciones, saben trabajar para cuidar bien a los enfermos mentales, hasta tal punto que nos hacen formar parte de su equipo para luchar en cada desafío, pero con los límites de su buen trabajo. A nosotros no se nos permite tener límites ni horarios.

Cuando comenzó todo esto de la pandemia, pensaba, hasta qué punto mi hija del alma, iba a ser capaz de soportarlo. Y con todas las idas y venidas de la enfermedad, de las secuelas de la medicación, de la convivencia encerrada, me ha demostrado que tiene resistencia y coraje, a pesar de las crisis, de las angustias, y de los miedos, y que cada día en número incalculable veo reflejado en los WhatsApp, que me hacen involucrarme, y buscar respuestas inmediatas en pocas palabras, y emoticonos para intentar meter dosis de calma, de tregua, y hasta de sonrisas. Y me consta, que se aferra a la disciplina del piso tutelado, porque es el arma de defensa de los monitores y monitoras, para controlar la situación, y salvar conflictos, establecer rutinas, y buscar tareas para impulsar ánimo, y estímulos para seguir adelante con el día a día.

Cuando en los inicios de septiembre de 2020 pensaba, que después de una primavera de encierro total, y de un verano de desescaladas, se abrían otras posibilidades de convivencia y de visitas, pero las autoridades de la Comunidad vuelven a confinarla en el piso tutelado, y no pueden hacer actividades fuera de la vivienda. Y solo permiten la visita de un familiar, fuera del piso tutelado, un día, y limitado a un paseo, y sin entrar en ningún bar, ni establecimiento, dejando solo la alternativa de un banco de un parque o en una calle, y con distancia de seguridad. Y todo se vuelve frustración, y desencanto, y como en las llamadas incontables de cada día, tengo que hacer de padre, amigo, psicólogo, psiquiatra, o colega, para buscar respuestas, que pongan un poco de tregua, y que sirvan de estímulo para continuar soportando la situación.

Al fin y al cabo, es aprender a convivir con la enfermedad mental, que no es poco, y sacar partido a la vida de cada día.

Lo más importante, es que, con la incuestionable ayuda de los trabajan en el piso tutelado, tiene apoyo y disciplina, para tratar de aceptar más que entender, el sacrificio del confinamiento y la pandemia, y para soportar el reto, y conseguir, con sus inconsistencias, el ánimo de cada día. Con la ilusión en cuentagotas, pero lo suficiente, al menos, para seguir caminando hacia el futuro, sin ponerse más metas que ser un poco más auto independiente, sin preguntarse si la va a conseguir algún día.

Muchas veces, en charlas improvisadas, me dice, que si tomara las mismas pastillas que ella cada día, no podría ni levantarme de la cama, y tal vez tiene toda la razón. Lo cierto, que aunque se acueste temprano, normalmente me llama o envíe mensajes antes de las 7 de mañana. Luego, 2 me dice que abusas del café, porque no puede estar despierta a partir de las 11 de la mañana, si no los toma, en cualquiera de sus formas, y a veces, son tantos, que me dice que tiene los nervios desatados en todo su cuerpo. La cuestión es compleja de resolver, tal vez porque no existen respuestas ni en la medicina ni en los buenos psiquiatras como el que ella tiene. Pero tratamos de llegar a un acuerdo, para que cambie los que serían los próximo cafés, por otros refrescos sin cafeína. Y mañana será otro día.

Tal vez, nunca aceptaré la enfermedad de mi hija del alma, pero si desde hace tantos años, estoy aprendiendo a convivir con ella, algo he ganado, en control y paciencia, aunque muchas veces me pregunto, si estoy seguro donde tengo el límite. Así que, toca reinventarse, buscar remedios para la calma, ponerle un poco ilusión, mezclado con otros trucos, y a mi manera, luchar sin desesperarme, porque no me está permitido perder del todo la calma , aunque cueste pagar las consecuencias. Y ver el lado bueno de las cosas, porque convivir con esta enfermedad, de mi hija del alma, es un master inacabado de incuestionable y dudosa fe, bajo la increíble luz mediterránea.

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