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San Vicente del Raspeig

La historia de la media tarrina de turrón


Pascual Andrés Tévar

Esta es una historia de una de esas cosas en la vida que se convierten en un compromiso, que ya quedan para siempre como parte de mi existencia, y que se basa en un pequeño detalle, casi sin importancia, pero que con el paso de los días se convierte en algo más importante, algo que me marca, en el sentido positivo de vivir y compartir, y que voy a tratar de explicar a través de esta hermosa ventana de Somos Raspeig.

La compañera de mi vida, Carmen, desde hace más de 50 años, que ya la conocéis por las otras veces, a lo largo de estos últimos años, he hablado mucho de ella en los artículos, tiene el buen y exquisito gusto por los helados de la heladería indiscutible y artesana Masiá, y concretamente por la media tarrina de turrón.

La historia de este compromiso, en el que quiero centrarme, arranca en la primavera de 2024, ya que ella, por su situación de no querer salir de casa, salvo en momentos concretos, y cuya causa no es momento de narrarla, me veía en la misión de llevarle cada día natural la media tarrina de turrón de la heladería Masiá, antes citada, sita en el exterior del mercado municipal de San Vicente del Raspeig, en la Av. de la Libertad. De alguna forma, se convertía en la demostración, en el símbolo, de lo que nos unió y que sigue vivo y apasionado en el corazón y en el pensamiento cada día.

El compromiso lo he cumplido, cada día natural, en muy distintas horas, con la complicidad del entrañable y buen equipo de empleados y empleadas de la heladería, que siempre me han atendido de maravilla, y que, sin hablar ni una palabra por mi parte, sabían que venía por la media tarrina de turrón para llevar. Aunque no tomaba ni compraba nada para mí, la misión, con la complicidad del tiempo disponible como jubilado, la tenía que cumplir, aunque tuviera que buscar, a veces, los horarios más extraños, pero era una misión sagrada.

El compromiso se ha venido manteniendo religiosamente, salvo en dos ocasiones necesariamente justificadas: una porque ella me acompañaba, después de venir de comer en familia con nuestros hijo e hija; y otra porque le llevé un trozo de la tarta de chocolate, que sabía que iba a acertar, de mi cumpleaños, que había celebrado con los amigos del alma.

El compromiso tenía fecha de caducidad, porque ya me habían avisado, y ella lo sabía, que el domingo 29 de septiembre de 2024 cerraba por motivos de la campaña esta heladería. Y cuando acudo ese día para la misión encomendada, me entregan la media tarrina de turrón y otra media de regalo de oreo, como una respuesta de los empleados y empleadas de agradecer esa fidelidad durante todo este largo trayecto de 2024. Y deseándonos, con ilusión, volver a vernos en la nueva temporada de 2025.

Así que, mi tarea de mensajero con la media tarrina de turrón tocaba a su fin en este 2024. Pero, por otra parte, en mis pensamientos en debate constante, puede que, con magia y fe por medio, pueda convertirse en visitar la entrañable heladería Masiá junto a la compañera de mi vida, como parte de un paseo, y tal vez tomar un sabroso helado a su lado. Y así descubrir que todo el tiempo de espera habrá merecido la pena, y se habrá convertido en momentos únicos y mágicos para vivir y para compartir.

Por otra parte, y con la ilusión a cuestas y la fe en el futuro, seguiremos buscando nuevos retos que me motiven para tareas y misiones nuevas, que despierten compromisos nuevos, porque este de la media tarrina de turrón ha sido fuerte. Y me ha calado tanto que lo convertía en un nuevo desafío cada amanecer. De tal forma que, a los amigos, cuando terminaba de estar con ellos, en las tardes de primavera, verano y los inicios otoñales, les decía: me voy por la ruta de la heladería, para cumplir con el compromiso, cruzar el Serengeti (Ancha de Castelar) y llevar la media tarrina de turrón a la reina. Y así, me sentía satisfecho de la misión cumplida, con el influjo y la pasión que me transmite nuestra increíble luz mediterránea.

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