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San Vicente del Raspeig

Cuando las rutinas nos salvan la vida

Pascual Andrés Tévar nos envía este texto:

A veces nos cuesta entender lo importante que son las rutinas en nuestras vidas, hasta tal punto que nos condicionan para encontrarnos y salvarnos a nosotros mismos y a los demás.

Es rutina , levantarme temprano, y empezar el día con el café con leche y el zumo en el bar amigo, saludar a la vida de cada despertar y de cada día , con el ánimo reseteado, y la mascarilla en ristre , siempre alerta , y con los protocolas anti pandemia haciendo su trabajo.

Es rutina, empezar el trabajo en el despacho, o cada uno en el suyo, en la soledad bien entendida, ordenar las ideas, y las pesadillas de las tareas incompletas de soluciones a buscar, porque las presiones acucian, y los agobios pululan, y ser capaces de superar la presión, y darles salidas a los demonios que acechan a cada instante.

Es rutina, llegar a casa, y organizarse la comida preparada, porque hay que volver por la tarde, pero antes no se perdona en el bar amigo el café y la copita estimulante, con el horario que tú mismo te impones, como empresario y trabajador en el mismo y complejo lote.

Es rutina, terminar el día en el trabajo, y volver a casa, y sentir con tu compañera que la vida tiene sentido a su lado, y los protocolos de lavado intenso de manos, de cambio de ropa, de ver las noticias, y de intentar cambiar los chips con tus programas favoritos de televisión, y la conciencia debatiendo constantemente. Y las noches cortes, y mirando la hora, y tratando de calmar ansiedades y debates sin límites con uno mismo.

Es rutina, contestar los WhatsApp o las llamadas constantes de cada día, de la Hija del alma, que en el piso tutelado, no acaba de entender que semana tras semana, no podemos mirarnos de cerca, y ni siquiera compartir mesa, y auto conformarnos con la mirada desde la calle al pequeño balcón del tercer piso, llevándole cosas, e intentando convencerla, que solo nos queda esperar. Y llenar el tiempo con las videollamadas, o con los WhatsApp y los emoticonos, y sortear con psicología inventada, las preguntas que no tienen respuestas concretas, y poniendo en marcha la increíble imaginación, que no sé de donde sale, pero que aparece de forma inesperada.

Es rutina, ir con ilusión renovada a la Peña, y compartir afición y pasión, con los pocos amigos que pueden asistir, e inundarte de ánimo, y compartir los cabreos, y volver a inundarte de ánimos increíbles. Y complicarte la vida, aún más si cabe, cuando llegas a casa con ganas de desahogarte, porque los sentimientos no se pueden disimular, ni en la rabia de las derrotas, ni en exaltación de las victorias. Y que la compañera de la vida te aguante, y te comprenda, y te calme, como el agua de mar remansado que lentamente llega a la playa.

Es rutina, alcanzar los fines de semana, y buscar los momentos solitarios en el despacho, para intentar, en sábados tempraneros frescos de ideas, recopiladas en notas manuscritas de los ratos solitarios, terminar de escribir los artículos, para enviarlos a los amigos de SOMOS RASPEIG, que al final es como un columnista inesperado, comprometido con una misión apasionada y semanal, de enviar opiniones y reflexiones, en un cóctel muy personal, invadido de dudas, y debatido, y abierto.

Es rutina, en el fin de semana visitar a los BARES AMIGOS, para con todas las medidas y precauciones necesarias, que saben aplicar y concienciarnos con rigor, y encontrar los momentos, sólo o con la compañera de la vida, o con los hijos, que nos salvan de maravilla la monotonía semanal, porque nos ayudan a buscar el complemento necesario para no sentirnos acuciados de miedos y soledades, en definitiva, nos hacen sentirnos vivos, y compartiendo con 2 los demás, aunque sea con las miradas, las mascarillas, y las lejanía protocolarias, las turbulencias de cada día. Esos instantes, no tienen precio, son parte importante de la filosofía de vivir.

Así que, en este mundo que nos ha tocado vivir en el 2020, invadido de pandemia, y descosido de miedos y sufrimientos, con la solidaridad a cuestas, voy caminando a mi manera, con las rutinas salvadoras de las monotonías, y que inyectan a borbotones la fe y el coraje, para caminar y compartir, con la ilusión sacada a cuentagotas, bajo la increíble luz mediterránea.

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